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La raíz

La raíz

¡No sé!, si sea yo un escritor quién alguna vez, le pueda servir a alguien como referente. ¡Tal vez no!, pero posiblemente, si pueda, pasar a ser un observador tácito, oculto y renuente, entre alguno de los más aventurados textos. Donde alguien esté dispuesto a perderse y meterse en el mayor de los problemas. Alguien, que intente rescatarme en alguna línea huérfana, si dentro de mis textos, tan siquiera, alguna vez la llegara usted a encontrar. O, me halle inmóvil y sin color, parado al borde de un descontextualizado párrafo, de ésos, que nunca escribo porque los desconozco del todo. ¡Tal vez!, sería más factible ayudarme a salir de los frecuentes líos donde por lo regular estoy metido, historias que de principio a fin, tildan en el impredecible suspenso.


"Son mis ojos, los que dejo entre las líneas. Las cosas que he visto cobran forma de texto y se encargan de hablar por mí. A veces, un discurso puede tener sonoridad, si necesidad de ser lírico. Otras veces, leer se parece a cantar o por el contrario, cantar sea como leer. Parte de un libro que cuenta la historia vívida de un hecho del pasado que ha quedado inconcluso..."


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¡Para un cierto momento de mi vida!, llegué a escribir canciones. Motivado al movimiento local, impulsado por la división de cultura del estado, muchos depositamos fe en la música, como forma ideal de conectar con el arte. ¡Así, aprendí a tocar la guitarra!. A usar la rima y el estribillo para composición, me fasciné por la poesía y también tuve que aprender canto. Luego de varias experiencias y la participación continua en una serie de conciertos organizados en la ciudad, me di cuenta de la responsabilidad que recae sobre un compositor, guitarrista rítmico y a la vez, vocal. Era una carga preponderante y agotadora, que me llevó a hacer un intento tras otro, tratando de quemar las etapas de la música. ¡Donde al final!, ese trabajo hecho conjunto, por sí mismo, me llevó a pausar toda aquella actividad efectuada durante más de diez años. Dejándola por completo suspendida en el tiempo como una etapa más de mi pasado.

Una etapa, de la cual llegué a sentir que no quedaba nada que aprovechar. Subir a una tarima y engranar de nuevo en una agrupación, pasó a ser algo efímero. Me convencí, de que mis canciones simplemente se las había llevado el viento y se hubieron perdido en el nunca jamás. Algunos bosquejos los regalé y otras estrofas, un tanto más sólidas, aun las canto de vez en cuando en una forma de repetitiva melodía mental. La guitarra permanece guardada en una caja, sin fornitura, ni cuerdas. Solo algunas fotografías de conciertos quedaron en un álbum como emblemático recuerdo de aquellos maravillosos años. Cambiaron así, mis gustos musicales por el plácido y tranquilo mundo de la escritura. La individualidad y la franqueza de escribir, amplió considerablemente mi afición por el arte, permitiéndome llegar a más gente de una manera más profunda. Incluyendo aspectos diversos que antes no había tenido en cuenta. Además de dejar asentado, por escrito, la universalidad de un tema con la determinación y la audacia que solo la escritura confiere.


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Luego de varios años, distanciado de la música, entré a la universidad. Llegué a ser preparador de Lengua y Literatura, adscrito al departamento de Humanidades. Donde a través de un concurso para optar por el subsidio estudiantil fui seleccionado como ayudante bibliotecario. Al paso de los acontecimientos, un día casual, estando de pie, frente al edificio de cuatro pisos, pintado de color gris, con salientes y bloques de ventilación. Compartimientos voladizos para escape de emergencias en caso de siniestros, sismos e incendios. Delante de aquel coloso templo de estudios hecho bajo el más fuerte cimiento, el cual cuenta una historia de más de cincuenta años, tomando por providencial consigna, el Lema: "La casa más alta...". Ahí, esperaba yo, en las jardineras, por que se hiciera la hora de abrir las puertas de la biblioteca. Era la tarde, exactamente, la Una y treinta minutos. Cuando luego de consultar mi reloj, tantas veces, sentí que el tiempo no avanzaba y motivado a ello, tuve la iniciativa de abrir más temprano de lo habitual.

Corrí el enrejado y desplegué las persianas ornamentales, a la mitad, para que entraran ligeramente los rayos del sol. Destinado a ocupar mi puesto en la sala de lectura hasta las siete de la noche, hora en la cual concluía la jornada universitaria, me avoqué a adelantar las funciones delegadas y así abreviar un poco el tiempo. Esta acción, me trajo de imprevisto, una pequeña ola de nostalgias. Y me pareció, para aquel momento, como si se hubiesen detenido las horas, llenándome de impaciencia, como quién tiene algo pendiente por hacer o una deuda consigo mismo la cual aun no ha podido saldar. Chequeé el enfriamiento del aire acondicionado, hice revista de los archivos. Organicé un montón de libros apilados que habían quedado fuera de su lugar luego de su entrega durante el turno de la mañana. También, revisé el tarjetero de las solicitudes y la caja de carnetización, donde se agrega la data de los usuarios. Encendí la cafetera eléctrica ubicada en la pequeña cantina, la cual es para uso del personal agregado a la biblioteca. Finalmente me senté en mi puesto correspondiente en espera de la afluencia de investigadores.

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La tranquilidad del recinto de libros, es la mayor sensación de calma y paz mental que pueda existir. Se puede sentir la respiración y el ronquido del “Om”. Se puede detectar hasta el sonido de un alfiler que cae al piso. Estuve inspirado en el espacio de estudio comprendido de dos salas rectangulares situadas contiguas en forma de “L”, el cual goza de un general hermetismo. Las paredes del corredor de libros ubicadas a ambos lados, las alfombras arábigas de doble solapa, el cielo raso laminado de anime con compartimientos para el ductor del aire acondicionado. Estos espacios, me trajeron al recuerdo del pretérito soñar en las salas de ensayo. Infinitos momentos cuando conectados con la música nos dedicábamos durante horas a maquetar la nueva canción, dándole forma y carácter, humanismo y actitud. Escribiendo letras en cadencia sobre la marcha, apoyado sobre el estuche de mi guitarra. Las superficies laqueadas del machihembrado como revestimiento de paredes, las cuales construidas de concreto embutido en acero, eran capaces de lograr el total aislamiento acústico. Aún más, cuando la sala está completamente vacía, como en aquella ocasión, donde ni siquiera el respirar de los usuarios ni las mínimas vociferantes de consulta, irrumpía en el ambiente. ¡Seguía yo!, imaginando mis tiempos de gloria en la música, los cuales quedaron grabados en un capítulo del olvido al cual nunca volví.


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¡Luego de cerciorarme!, que todo estaba en orden y de servirme un vaso de café. Posé mi vista sobre la fila de asientos vacíos, los cuales, dado el lapso transcurrido un tanto fuera del horario normal de clases, el cual comenzaba específicamente a las Dos en punto, estas sillas lucían, para aquel entonces, en total acomodo y perfectamente alineadas. Logrando la máxima espaciación del lugar, dotándolo de absoluto silencio. ¡Así, me sentí estar en la primera fila!, como quién espera la entrada de los músicos al inicio de un concierto Unplugged, donde era yo, el músico invitado en la antesala de un glamoroso Opening...

Algo extraño y por demás, fuera de lo común, me alertó instantáneamente. Haciéndome dirigir la mirada hacia todos lados. Sacándome de mi divagación y profunda epifanía. Una especie de molesto zumbido mezclado en el ambiente, mínimo y difuso, nítido y estridente. Estrepitoso, pero a la vez, casi imperceptible. Empecé por revisar los asientos para ver de qué se trataba y tomé en manos el control del aire acondicionado. Seguí buscando minuciosamente con la vista, precavido, porque llegué a pensar que se trataba de un enjambre de abejas. Pero, el chirrido se hizo más fuerte, más intenso como cigarra, como un licuador encendido. ¡Casi cómo!, me atreví a especular, una sola palabra en mi mente, que podría, tal vez, solo tal vez, definir al detalle aquel ruido. Que como taladro o como resquebradizo rumor auditivo ahora se adueñaba de toda la sala. "Overdrive". ¡Overdrive dije!, suena a overdrive. Teniendo aun presente la imagen de los conciertos y las bandas de rock en vivo, me pareció escuchar el rif de guitarra de la canción "Cowboy from hell", saliendo de algún rincón de la biblioteca. ¡Pero!, dejé de rondar pensamientos retrospectivos y seguí con la búsqueda. Pensé; ¡Han de ser cosas de mi mente!, ya que estoy en las instalaciones de una Universidad. Me dirigí al segundo compartimiento de la biblioteca, el rectangular espacio que completaba la forma de "L", cuyas ventanas daban hacia el estacionamiento del edificio de la escuela de Humanidades. Apagué el aire acondicionado para escuchar mejor, logrando distinguir aun más el inquietante sonido y descubriendo finalmente de donde provenía.

Aquella mujer sentada en una de las mesas de la sala, sola y callada. Con la cabeza tapada por la capucha de una chamarra, de espaldas al público y la cara apuntando a la esquina de la pared. Con movimiento rítmico decadente hacia adelante y hacia atrás, sumida en un profundo trance. Me dejó estupefacto e inmóvil. La estuve observando por largo rato, preguntándome de donde había salido esa rufiana tatuada, vestida de ropa negra signal de una esvástica con cuatro calaveras y con el cabello amarrado en clinejas. Haciendo ovaciones con los dos brazos, como si estuviera en la tarde lluviosa de woodstock 69. ¡Bueno!, pensé, después de todo, yo había abierto las puertas de la biblioteca fuera del horario. Entonces, supuse que era mi culpa y ella simplemente entró sin identificarse, lo cual, también es del todo válido. Fue así, que no me quedó de otra, que mirar su singular estilo y detallar su comportamiento. Ella trabajaba con una tableta digital donde consultaba algún material de lectura. A la vez que hacía anotaciones y extractos en un teléfono celular. Luego volvía con su moño hélice, sacudiendo la cabeza de un lado a otro en interminable headbanging. La chica, llevaba puesto unos audífonos. Contrariamente al total silencio de la sala de biblioteca, sin importunos, ni elementos distractivos que pudieran entorpecer la investigación de cualquier consultor de libros. Ella permanecía sentada en el último puesto, con total abstracción y desinterés hacia el mundo exterior, usando aquellas almohadillas en los oídos sintonizadas a todo volumen las cuales dejaban colar el chirrido audible de algún heavy metal.

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Se paró de su asiento y fue hasta el pedestal de consultas, tomó una tarjeta de solicitud, la identificó y vino hasta mí a hacer el encargo.


Así fue que hablamos:

_ ¿En qué le puedo ayudar?, señorita
_ Sería de gran ayuda si me "retomaras" alguna vez...
_ Eh, disculpe pero no le entiendo
_ ¿Sabes que la música también es poesía? ¿Sabes que al cantar, rindes culto a las palabras?
_ Eh, soy solo el bibliotecario, señorita...
_ ¿Cómo podría un músico olvidar su canción? ¿No es acaso lo cantado, letra? ¿No es la poesía, la misma voz?
_ ...

¡No supe que responder!, ante sus complejas palabras. Me había dejado mudo aquella chica, quién por su actitud y su rasgo, no se porqué, se me comenzaba a hacer familiar.

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_ ¿Quién eres?. (Le pregunté)
_ Recuerdas cuando escribiste la estrofa:

"Despierto por la mañana contigo,
tu gloria flota en el aire del hospicio,
las mariposas volaron al infinito y
se llevaron al cielo tu sacrificio..."


¡Por Dios Santo!, aquella niña malcriada, sabía más de lo que yo pensaba. Solo alguien íntimamente cercano a mí, podría saber que se trataba de mi primera canción escrita hace tantos años, la cual se figuraba en un ser imaginario. La vi, reencarnar en segundos. Ella se transformó en mi tiempo pasado, mi lucha, mi raíz, mi suspendida historia con la música la cual di por clausurada. Era la personificación de aquella melodía que solía repetir en mi mente en ocasiones, que a su vez, la creí enterrada junto con el baúl de mis más viejos recuerdos.

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A continuación:

_ Soy la "Santa", tu creación. Aquello que hiciste con tu mente y diste forma con tus manos...
_ ¡Si, ya te reconozco!... Pero... ¿Qué, demonios?...

_ Solo he venido para resolver tu enigma temprano. Es más que música la poesía y son más que letras, lo que sale de tu imaginación. Las palabras vuelan al viento como canciones. Pero, como la misma ley física lo confiere, un eco dejado al unísono, se propaga hacia el infinito, migra y se transforma, sin tener fecha, ni posibilidad alguna de expiración. Lo que has escrito es algo tangible, tiene forma cercana a la realidad. ¡No son solo versos!, no solo descriptivos pasajes. Son una forma de vida, la cual provino de tí y la llevarás siempre a donde vayas, cuál hijo, tu raíz, así lo quieras, o no...

_ Sí, ¡Eres la Santa!...


¡Fue lo último, que alcancé a pronunciar!, antes de verla perderse nuevamente en el rincón, con su slam, con su chamarra, sus clinejas y sus mariposas en la espalda...


Transcurrió toda la tarde y nadie vino a consultar libros. Cerré las persianas y apagué el compresor, no tuve que organizar nada ni registrar solicitudes en aquella ocasión. La sala quedó, como si estuviera por comenzar el concierto Unplugged. En espera del músico invitado, con su arte y su poesía convertida en canción. Pasé la tranca del enrejado y apagué las luces. Nuevamente en los jardines de La casa más alta. Hube terminado mi jornada, pero, sabía yo, lo que a partir de ahora debía hacer...

¡Al salir del Núcleo!, me puse en camino a la tienda musical. Fui por un juego de cuerdas nuevas para mi guitarra. ¡Porque, el concierto nunca termina!, en la vida de un poeta, quién aparte de su poesía, también escribió canciones, alguna vez.




FIN