La huerta

La huerta

¡Santo Dios!, llegaron. Tomé de casi un sorbo, todo el contenido de una lata de red bull 0,75 Lt, que había metido en la cava refrigerante. Una bebida con electrolíticos y cafeína suficientes como para recomponer, hasta un cuerpo catatónico, que por equivocación haya sido dejado en la morgue con signos de muerte prematura. ¡Me aseguré de estar realmente despierto!, frotando un bloque de hielo en mi cabeza y parte posterior del cuello. Luego de tomar una gragea de acetaminofeno de 650 Mlg, me coloqué seis gotas de lágrimas artificiales, tres en cada ojo. ¡Por último!, acoplé mis gafas de cristal reflectivo y un sombrero Salacot de expedicionista, encajado hasta las cejas.

¡Fue así, y solo así!, que me atreví a subir a aquel Land Rover, el cual nos llevaría rumbo a "La huerta".


Lo que comenzó como un simple brindis al final de la jornada, luego, de juntarme con los "Naturalistas", todo se escapó de control.

¡Así, paso a contar!, primeramente, y antes que nada, el acontecimiento de la noche anterior. Habiendo tenido un encuentro de profesionales del gremio de investigación, a su termino, fue ofrecido un agasajo auspiciado por la escuela naturista. Entre tragos y bebidas experimentales, "hechas en casa", pasamos gran parte de la recepción charlando e intercambiando impresiones. Los colegas más cercanos a mí, desde un principio, me previnieron de mantener cierta distancia con los naturalistas. Dijeron, basándose en experiencias anteriores, que el médico tutor, investigador de plantas atípicas, era un completo energúmeno, reconocido por ser el dueño de un gran jardín llamado "La huerta". Éste, tenía extraños hábitos, una sospechosa actitud y rara manera de hablar.

Justamente, cuando por motivos meramente profesionales, estaba yo interesado en hablar con aquel sujeto. No obstante de lo aconsejado, a mitad de la tertulia, fui yo, directamente a tratar con el rastafari energúmeno, dueño de la huerta y presidente del consejo de medicina naturista. Quién usaba en la cabeza, la bandera etíope como turbante.

A pesar de su aspecto singular y moderno, místico y desaliñado. También denotaba seguridad aquel profesional de la naturaleza, quién al hablar con cierto aire de elevación, ostentaba de ser gran conocedor de las propiedades de la flora y experto en hierbas. Dada la ocasión, no pude dejar pasar por alto aquel momento y acercándome, quise indagar por mi mismo en su juicio profesional.


Entablé el diálogo con el naturalista:

_ Yo soy, "Botánico". Investigador. Y en mi más reciente trabajo, sobre fanerógamas, me dedico a estudiar plantas con sistema auto reproductivo. Aquellas que por lo regular no tienen frutos, pero, sí, flores sin pistilo.

_ ¿Ah,...?. (Fue lo que obtuve por respuesta)

_ Me refiero a: Plantas con esporas, que se perpetúan sexualmente mediante el proceso de polinización o por fertilización auto infringida.

_ ¿Qué? es éso... (Replicó el experto en naturaleza)

_ Bueno, te lo diré de la forma más comúnmente conocida, usada para la comprensión colectiva. Son las denominadas, plantas sin semilla.

_ "Sinsemilla"... ¡Sí la conozco!. Qué, ¿Tienes un poco, de ésa? (Respondió con éxtasis...)


"¡Como pueden notar!, mi conversación con aquel hombre fue bastante corta e incomprensible. ¡Yo diría, absurda!. Pero si todo tiene su espacio en el mundo de los mortales, creo que hasta un hijo de Ya', debería tener algo que aportar a la ciencia."


Me dijo. Con acaudaladas palabras y un tono jactado:

Yo, trabajo con fermentos obtenidos de frutas cítricas como el toronjil, el melocotón y la concha del guanábano. El noni descompuesto, el pan viejo como levadura y la pulpa de cerveza artesanal. Extracto de pacotilla, argamasa triturada a mortero, luego decantada con la centrífuga y esterilizada en la máquina de pasteur. Ambos aparatos, pertenecientes al laboratorio de química orgánica. Estas son las herramientas de labor y el subproducto inventado, por el grupo de expertos a mi cargo, especializados en sacar provecho a las frutas y sus cuantiosas propiedades aptas para el consumo humano. El jugo de uvas agrias, injerto producido en un nicho estudiantil, vergel de un invernadero experimental cuyo acceso, restringido, está ubicado en la azotea del edificio de ciencias de la universidad. Fue también, financiado por mí mismo, gracias a "La huerta".

"Ese vino agrio, del color de la sangre, servido en envases de vidrio reciclado. Con una extraña decoración de pétalos, rojos y blancos... Fue la sensacional bebida de consumo, con la cual, los naturalistas consagraron su fama de anfitriones de la noche".


Luego de servir dos bebidas de la coctelera, ofreciéndome la mía correspondiente, el médico naturista continuó haciendo uso de su derecho de palabra:

_ ¿Y conoces, a "Campanita"?
_ ¡En realidad, no!, no sé...
_ ¿A papaver?. La has probado.
_ Ni siquiera, se a quién te refieres. Respondí.
_ A papaver Rhoe, man, ¿me captas?
_ ¡Disculpa mi ignorancia!, pero, sigo sin saber... Dije.
_ <<Campanita está en "La huerta", mañana la iré a buscar.>>, me dijo, en un extraño tono, más cantado que hablado.
_ ¡Que bien!... Fue mi respuesta.

Luego de continuar con la absurda charla sinsentido y habiendo concertado la cita de viajar el día siguiente a "La huerta", terminé por hacer la evasiva a aquel sujeto. Me pasé el resto de la noche hablando con mis colegas, mientras, -severamente adormecido-, y algo más que eso, me tomé varios de aquellos tragos con pétalos...



Retomando el hilo de la historia que procedí a contarles inicialmente. A tal fin, continúo:

Resultó, que al día siguiente, en la mañana luego de la reunión nocturna, rumbo a la huerta; Me pasé el viaje, de cuatro horas, completamente dormido en el asiento trasero del vehículo. A pesar de la bebida electrolítica con la cual pretendí compensar, los analgésicos y las gafas grandes, aun seguía yo, en manos de la "adormidera".


_ Llegamos; dijo el conductor.
_ ¡Ok, bajemos!, Respondieron todos.

Empezaron a prontitud, desesperados, como nunca antes les había visto. A tomar muestreo de la zona, sin hacer ningún tipo de estudio ni procedimiento técnico, aparente. Llenaban para sí mismos, sus sacos, con flores del jardín. Se comían los pétalos, como cuál pastel, como si fueran setas champignon... "Campanitas", habidas por doquier, en La huerta.


"¡Pero yo, no me detuve! Solo los vi, con ligereza, desde la ventanilla... Yo seguí mi viaje en estado vegetativo; sin pisar la superficie por su carácter blando y licuado... por su aspecto de lava ardiente que prometía tragarme... ¡Aun, con los párpados caídos!, mis ojos veían el color cítrico revestir las formas alrededor, como amalgama de plastilina, como estatuillas de barro diminutas, como elfos comiendo hongos... Y sentí la cara doblada, y sentí los labios como terciopelo..., y sentí mi nariz tornarse del tamaño de un fiambre, al punto que ya no cabía en mi propia cara..."


Luego de varios minutos:

_ ¿No piensas bajar del auto?. Me dijo, uno de los biólogos.
_ "Eres, Lucy en el cielo...". Respondí, balbuceado...
_ Oye, ¡Despierta!... Estamos en "La huerta".
_ "Imagínate a tí mismo en una barca por el río", Insistí con la canción... sin tan siquiera, saber lo que yo decía...


Al bajar del Land Rover, estuve parado en un campo inmensamente grande, un jardín, extendido de norte a sur, de este a oeste, con la plantación de herbáceas más grande que nunca mis ojos hubieran visto. Propiedad del naturalista, era: "La huerta"...

Las flores rojas, con una variante entre ellas, de color blanco. (PapaverRhoe, Somniferum); era el género al que pertenecía la planta que usaban como materia prima en el laboratorio para preparar la famosa bebida. Aun, en mi estado adormecido, bajo el efecto alcaloide, igual, la pude identificar por su amapola real con forma acampanada.

"¡Un energúmeno!, dije. Simplemente eso, es un maldito energúmeno, dueño de una maldita huerta de amapolas..."




FIN






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Ecency