Psicosomatización: Lo que hay detrás de los síntomas físicos

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Nuestro cuerpo está en constante comunicación con nosotros, nos habla. Siempre encuentra una forma de expresión. El lenguaje, los gestos y por supuesto, los síntomas. Estos últimos pueden deberse a alguna patología física, a ninguna causa aparente o, de lo que quiero hablarles hoy: una psicosomatización. (Uy, ¿y qué es eso? ¿se come? A ver, les cuento…)


Hay una diversidad de síntomas que no tienen causas físicas que los expliquen, sino que responden o derivan de lo psicológico.

Las lágrimas son un ejemplo idóneo que explica de forma sencilla cómo se da la expresión emocional (mental) a través del cuerpo. E incluso, las lágrimas nos ayudan a comprender el término psicosomático: un síntoma físico (reacción, respuesta) que tiene una explicación psicológica.

Los síntomas psicosomáticos no obedecen patrones. Pueden afectar cualquier parte del cuerpo. Pueden ocurrir de forma aislada o presentarse con excesiva frecuencia, pueden generar dolor, interno o externo: afectar al corazón, la respiración, algún músculo o varios; causar parálisis, convulsiones, incapacidad, entre otros.

La presentación de los síntomas depende de cada paciente, de su personalidad, de sus vivencias; en otras palabras, sus síntomas son el resultado de su historia de vida, de sus dolencias.


Si bien los síntomas psicosomáticos son campo de la psicología y la psiquiatría, es común visitar a otros especialistas.

Puesto que el paciente presenta síntomas como por ejemplo cefaleas intensas, taquicardia o convulsiones y busca respuestas con médicos que evalúen tales condiciones físicas para conocer el porqué de su sufrimiento.

En ese camino, la persona puede encontrarse con que no recibe la atención necesaria, por el tema de que no hay una causa física –incluyendo neurológica- aparente; por lo que sus síntomas son desestimados, descartados y no se toma en cuenta la realidad repleta de angustia y preocupación que vive. Todo debido a que en la sintomatología física se oculta la raíz de su malestar: una aflicción emocional y por ende, psicológica.

Por otra parte, también están los pacientes que van de médico en médico con la esperanza de encontrar una respuesta que los satisfaga porque se les hace difícil e inconcebible que el síntoma se debe a que algo ocurre en su mente, que es ahí donde se genera su padecimiento.

Perspectiva que surge de creencias tales como: lo psicológico es sinónimo de locura, es degradante o humillante, un motivo de estigmatización.


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No obstante, somatizar es común, es normal. Un rasgo de la condición humana que nos permite convertir un conflicto psíquico en un síntoma físico.

Dos síntomas comunes son el cansancio y el dolor. Ambos se miden subjetivamente, a través de las descripciones del paciente (ya sea a través de su expresión verbal o una prueba psicológica cuantificable o cualitativa).

Pero como todo, la somatización tiene un límite.

¿Y dónde está el límite? ¿Cómo lo sabemos o descubrimos? Cuando la somatización dificulta nuestro funcionamiento en la vida diaria y afecta nuestra salud; cuando es tan significativa que genera malestar excesivo, angustia; cuando paraliza e incapacita.

Hay aflicciones psicológicas tan “sobrecogedoras”, que se perciben tan difíciles de afrontar y hasta intolerables, que al evitarlas, se desarrolla un síntoma o incapacidad física. Pues para la persona, una respuesta de tal magnitud resulta más viable que enfrentar la angustia que se tiene dentro.

Un ejemplo: un niño que es molestado en la escuela y no le ha contado a su madre lo que sucede, con el pasar de los días, comienza a experimentar dolor de estómago y pérdida de apetito durante el desayuno –antes de ir al colegio- y durante el almuerzo –momento en el que es acosado con mayor frecuencia por sus compañeros-.

Ahora bien, es importante tener en cuenta que la somatización no se va a ir porque no le prestemos atención, más bien podemos lograr el efecto contrario, alargar lo evitable y hasta agravar el problema. Pues el poder de la mente sobre el cuerpo no nos permite olvidar del todo que hay algo que necesita ser expresado y tratado –y en algunos casos, sanado- para que deje de doler con tanta intensidad, para que pase a ser un dolor tolerable, no incapacitante y con el que, en tal caso, podamos vivir.


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La somatización no implica necesariamente un trastorno.

Es un mecanismo básico para expresar malestar mental. Empero, cuando las respuestas físicas son excesivas, cuando lo que es normal deja de serlo, aumenta la intensidad y la frecuencia; se instaura la enfermedad, o en este caso, el trastorno.

¿Cómo se llega al diagnóstico de un trastorno por síntomas somáticos?

En términos generales: descartando enfermedades médicas, cuando los síntomas somáticos afectan la cotidianidad, y cuando hay una inquietud por el estado de salud que progresivamente inhabilita al individuo de atender sus actividades y de vivir con normalidad.

Así mismo, cuando el profesional analiza el síntoma, es importante descubrir si se explica como una psicosomatización (con una causa o motivo psicológico aparente) o como un síntoma funcional (no hay enfermedad o causa física o psicológica, ningún porqué descubierto que pueda explicarlo).

Por otro lado, los síntomas psicosomáticos pueden combinarse con enfermedades físicas y afectarse mutuamente. Baste como muestra una persona que padece de asma o hipertensión, si bien existe una enfermedad que puede estar controlada medicamente, la persona experimenta síntomas físicos que no se explican por la enfermedad sino que son respuestas somáticas ante algún conflicto psicológico.


Y sabiendo todo esto… ¿Qué podemos hacer?

Escucharnos, estar atentos a las señales de nuestro cuerpo y nuestra mente.

Una forma de identificar los síntomas psicosomáticos es evaluando dónde, cuándo, cómo y por qué suceden, al responder esas preguntas (en terapia y fuera de ella) es más fácil encontrar patrones y hacerles frente.

Cuando detectamos lo que nos sucede, podemos encontrar soluciones. Y hay profesionales que pueden ayudarnos a vislumbrar cómo se originó el síntoma, los motivos detrás del mismo y cómo enfrentar la situación.

Son tantos los casos de malestar emocional que se esconden detrás de síntomas físicos, y tantas las veces que es por la tendencia a callar, a privarse, a esconder el sentir en vez de dejarlo salir, por las creencias que nos inculcaron de jóvenes, por el miedo a ir a terapia. Pero no es tarde para admitir que no sabemos qué hacer o qué sentimos, que nos sentimos perdidos y que queremos encontrarnos.

Normalicemos la expresión y manifestación de lo que sentimos, validemos el dolor. A la larga, guardarse todo duele más.

En cambio, aceptar nuestra realidad y hacerle frente puede contribuir significativamente en la recuperación y repercutir positivamente en nuestro proceso.

Y si creen que están solos, sepan que hay miles de profesionales dispuestos a escuchar sin prejuicios y de manera objetiva, dispuestos a ayudar. No están solos y su niño interior tampoco lo está, los tiene a ustedes para sanar juntos.


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Creo que este es uno de mis temas favoritos y admito que me gustó muchísimo hablarles al respecto.

¿Qué inspiró este post? Todo aquello que nos privamos de sentir y que se transforma, para que de una forma u otra, lo terminemos sintiendo. El primer capítulo de un libro que leí también ejerció de apoyo, les dejo la referencia:

● O’Sullivan, S. (2016). Todo está en tu cabeza. Barcelona: Editorial Ariel.



Gracias por llegar hasta aquí, gracias por leer.



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