Extraño Concurso No. 33. La tranquilidad de Chucho el Pollo

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Chucho el Pollo, un personaje enigmático en el oscuro mundo de la mafia, regresa a casa tras un día de trabajo. Ha completado su tarea sin pestañear. Es un profesional en el arte de la discreción. Desnudo de sus plumas, las cuales había convertido en una almohada, Chucho se dejó caer frente a la televisión.

Aún impregnado por la sangre de sus víctimas de la noche, Chucho encendió la pantalla con indiferencia. No existe astro alguno de emoción en su rostro. Solo la mirada vacía, de darse cuenta que había cruzado límites que ni él mismo sabía que existían. Con un poco de palomitas de maíz, Chucho, en el silencio de la noche de su oscura habitación, se dejó envolver por la luz de la televisión, una ventana, más que un portal, a un mundo que contrastaba con la oscuridad que había dejado atrás.

En la pantalla, las imágenes bailaban y corrían, pero los ojos de Chucho seguían fijos en ella. No había arrepentimiento ni satisfacción en su rostro, solo una calma extraña. Mientras las escenas pasaban, Chucho se envolvía en su propio silencio.

Las palomitas crujían en su boca, pero su atención estaba fija en el espectáculo de la famosa caja llamada televisón. Era como si la pantalla fuera su refugio, un escape momentáneo de las sombras que lo perseguían. Sin juzgar ni cuestionar, Chucho se perdía en la narrativa, permitiendo que las imágenes borrasen temporalmente las huellas de su pasado.

En ese momento, Chucho el Pollo, el hombre de la mafia que había conocido la oscuridad de primera mano, encontraba un triste y vano consuelo en el resplandor de la televisión, donde las historias ficticias reemplazaban, al menos por un instante, las cicatrices de su realidad.


Redacción y pintura

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