El muchacho lanzó la piedra y le dio al hombre por el ojo. De inmediato corrió por la vereda, cruzó a la derecha, volvió a cruzar en la tercera entrada, confiado en que lo había dejado atrás; pero el hombre iba pisándole los talones, con el ojo partido en la mano y el otro fijo en su agresor; el muchacho se asustó y siguió corriendo, ahora sin saber hacia dónde; dos, tres veredas más y volteó, entonces se vio en el ojo sano del hombre porque también era de vidrio, se miró corriendo, a punto de ser atrapado; el ojo sano del hombre era un espejo que iba agrandando la figura del muchacho, su cuerpo, su cabeza, hasta que no cupo en la cara del hombre…