Los niños nos hacen reír por su espontaneidad, su gracia, sus ocurrencias y también por sus travesuras. Todos hemos pasado por esa etapa, y algunos no queremos dejarla y el niño que llevamos internamente hace presencia y se divierte como todo niño, es por eso que los que nos estudian, dicen que tenemos que amar a nuestro niño interior, porque él nos hace verdaderamente felices.

Tengo muchos recuerdos de mis hijos, mis sobrinos y también míos y de mis hermanas porque hacíamos muchas travesuras. Les voy a contar tres de esos recuerdos que me hicieron reír.

Mi hijo Miguel tendría como cinco años y su hermana tenía meses de nacida, yo estaba de reposo postnatal y vivíamos en un apartamento. En ese momento escucho que están tocando la puerta. Yo había dejado la puerta abierta pero la reja cerrada y le digo a Miguel, –hijo acércate a la puerta y me dices si hay alguien allí–. Él se va muy seriecito y al cabo de unos minutos me grita,– Mamaaa aquí hay una señora gorda que quiere hablar contigo– . Se imaginan mi cara en ese momento y más aún la cara de la señora, que no debía estar muy complacida porque la llamaron gorda… Jajaja por supuesto que después hablé con mi hijo y tuve que explicarle que a las personas no les gusta que la llamen gorda, no sé si eso lo comprendió o mejor dicho si le pareció importante, pero yo cumplí con mi deber de madre.

Mis sobrinos tendrían como 10 y 6 años y en ese entonces yo vivía con mi hermana y me encantaba cuidarlos en mi tiempo libre, la pasábamos muy bien juntos, salíamos a comer, los llevaba al cine, en fin… una tía muy consentidora. Ese día yo estaba estudiando y ellos estaban muy calladitos jugando en su cuarto. De repente, escucho un alboroto y unas risas, salgo a ver que está sucediendo y me encuentro con una escena que me dejo estupefacta, como decía mi mamá. Los niños estaban sin camisa, todos llenos de tinta negra, por todo el cuarto y parte de la sala había regada una cinta de unos cartuchos de tinta de esos muy grandes que se utilizaban para imprimir. Las paredes estaban con las marcas de las manos, yo no sabía si reírme o gritar, por ultimo les dije–¡pero que están haciendo niños, de donde sacaron esa cinta, a su mamá le va a dar algo cuando llegue!. Los mandé a recoger todo, los ayude a limpiar las paredes y por último les dije que se bañaran, pero antes para que quedara la prueba de su travesura, les tomé una foto. Y ellos posaron como si todo hubiera sido un juego. Para ellos lo fue y muy divertido.

Mi hermana mayor era una niña muy tremenda, le encantaba inventar juegos, y mi hermana Haydee y yo hacíamos lo que ella nos ordenaba. Un día se le ocurrió que jugáramos a las princesas, por supuesto ella era la reina y nosotras las princesas. En el patio de mi casa había una mesa grande de madera, sobre ella montamos una silla también de madera que nos había hecho mi abuelo y por ultimo una lata donde venía la leche en polvo. Sobre la lata se sentó ella, con una sábana como capa y además se puso una corona y un palo como cetro. Mi hermana y yo nos sentamos a su lado, cada una en los brazos de la silla. En ese momento nos enredamos con la capa de la reina, la pisamos y perdimos el equilibrio. Todo se vino abajo y nosotras con el perolero. De verdad les digo que no me acuerdo como llegue al suelo, sin aporrearme. Los gritos al caer hicieron que mi mamá corriera al patio y al ver aquel zaperoco, primero nos revisó a ver si nos habíamos aporreado, milagrosamente no paso de un susto, pero nosotras llorábamos a moco suelto, no tanto por habernos caído, sino porque sabíamos que no nos salvaríamos de los chancletazos de mi mamá.