Aquí sigo, Dominga, en este lugar de ensueño donde los susurros se pierden en la dimensión del tiempo. En este paraíso enigmático, fiel deponente de nuestro romance y ebrios afectos. Me niego a abandonar nuestro hogar, el que construí piedra a piedra, para nosotros. Así se lo he expresado hasta la saciedad a nuestros hijos. Estoy aquí, con la petulante y arrogante soledad, porque es aquí, donde siento tu presencia y tu sutil hechizo. Te llevaste contigo mi alegría y los colores del arco iris, solo hay gris en mis días. Te extraño. Eres mi sed de reminiscencias y añoranzas.

El tiempo me acosa, burlándose de mí por mis achaques. Mi cuerpo, marchito y mustio, se apaga, pierde fuerza. Mis músculos se entumecen y mis piernas flaquean. Mi corazón late desfasado, acompañado de una memoria irreverente, que cuando lo desea, se dispersa y qué decir de mis ojos, pierden su agudeza día a día. El bullicio de los turistas ya no me ofusca, mis oídos ya son indiferentes. Todo duele, lo que antes era vida, ya no lo es.

El final se acerca, sé que ya está aquí. Lo percibo en esta helada soledad, en el silencio que te evoca...