Cegueras y perturbaciones

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***

Les cuento. Pues resulta que ese día, martes diecinueve de diciembre, me acosté más temprano de lo habitual porque deseaba madrugar para sacar unos pendientes literarios, y no había terminado de encomendarme a Dios cuando algo, diminuto, (porque los ojos de mi mujer no lo vieron y eso que alegaba que estaba bien despierta) que me generó una perturbación inmensa en el ojo izquierdo, al extremo de trasnocharme.

     Empezó como un hilito, si me permiten el diminutivo, luego perturbó todo el ojo, causando un lagrimeo cuya salobridad rozó mis labios y de ahí se entendió al cerebro como evidencia de que lo amargo vuela. El asunto no fue que no pude dormir, que me despertara el malestar, que no sirvieron las gotas de colirio ni el consuelo de mi mujer; fue que los pendientes literarios tendrían que posponerse, en especial, terminar de leer La tía Julia y el escribidor para escribir un ensayo acerca de dicha novela.

     El asunto fue la preocupación, ese ocuparse anticipadamente de algo que ha ocurrido o va a ocurrir; pero el asunto es mayor cuando esa angustia tiene días perturbando tus pensamientos. Estuve ciego de un ojo por una noche porque ni podía abrirlo ni tampoco dormirme, pero fue una ceguera minúscula; lo que me atormenta, a veces, es esa especie de ceguera mayor de la humanidad. La idea de que el mundo va en caída libre, cavando su propia tumba, ha estado perturbando mis pensamientos; seguro se debe a lo que he estado leyendo, a lo que he visto en las redes, a lo que observo en las calles o a todo, que se mezcla y toca las fibras de mi sensibilidad.

     Es la época actual que se está gestando en la cultura occidental, son sus valores que pierden, a mi juicio, el carril de la cordura y la racionalidad; es observar cómo lo moralmente repudiable se presenta como la moda de la normalidad y su programación tan rectilíneamente acelerada lo que causa pavor, al menos a mí y a unos cuántos conocidos que han pedido, como Mafalda, que paren al mundo para bajarse.

     Ojalá y fuera tan sencillo girar al mundo y estancarlo en una paz duradera; tan sencillo como hacer una fotografía de un charco, girarlo y convertirlo en un paisaje estéticamente visual como las imágenes que acompañan este escrito. Ojalá y se pudiera desacelerar para bajarnos en la próxima estación; pero ni Mafalda ni cualquiera de infinita sabiduría sabrían explicar tanta irracionalidad abrumadora.

     Por ahora, no queda algo mejor que, en la medida de lo posible vivir las Navidades, ponerle su toque de festín, aunque se viva en un país económica y moralmente quebrado. Hay que atender la sugerencia del sabio que dijo que si lo que te preocupa no está para ser resuelto por tus fuerzas, pues confía en que se resolverá porque alguien debe estar pensando y trabajando para hacerlo. Toca no echarse a dormir mientras los otros hacen, sino hacer bien lo que esté al alcance para que a los demás se les haga más sencillo enderezar los entuertos.

     Ojalá y esa ceguera mayor que veo en el mundo pase pronto como pasó mi ceguera del ojo, que, aunque me trasnochó, me sirvió para recordar que las épocas tienen sus perturbaciones, pero que hasta ahora se han sabido controlar, aunque no sin causar desgracias inolvidables.


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Texto y fotografías de @jesuspsoto

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