La playa del brasier

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Extraño Concurso No 26. Ropa tendida
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Carla se despertó con el sol en la cara y el sonido de las olas. Se levantó de la hamaca y se estiró. Miró a su alrededor y sonrió. Estaba en la playa más hermosa que había visto en su vida. Una playa de arena blanca y aguas azules. No tenía palmeras, pero era cautivadora por su arena impecable.

Lo otro que le llamaba la atención era el río que desembocaba en el mar, justo frente a ella. Un río que tenía la forma de un brasier gigante, con dos curvas simétricas que se unían en el centro. Y al otro lado del río, una laguna que tenía la forma de unas pantis. Ambos de color rosa vieja.

Carla se había encontrado con esa playa por casualidad, cuando viajaba por el Caribe con su novio. Habían alquilado una lancha y habían navegado sin rumbo fijo, hasta que vieron esa extraña formación geográfica desde lejos. Se acercaron por curiosidad y quedaron fascinados. Decidieron quedarse allí unos días, en una cabaña de madera que había junto al río. Era un lugar paradisíaco y solitario. No había nadie más en kilómetros a la redonda.

Carla se puso su bikini y se dirigió al río. Se sumergió en el agua fresca y nadó hasta el brasier. Se apoyó en uno de los bordes y miró el cielo azul. Se sentía feliz y relajada.

De su mente no salía la imagen de su novio, ella pensaba que él dormía en la cabaña.

Carla pensó que era un hombre maravilloso. Lo había conocido hacía seis meses, en una fiesta de cumpleaños de una amiga. Era alto, moreno, de ojos verdes y sonrisa encantadora. Era divertido, inteligente y cariñoso. Y además, era rico. Era el dueño de una empresa de software que había creado él mismo. Le había ofrecido a Carla viajar con él por el mundo, sin preocuparse por nada más.

Carla se consideraba una mujer afortunada porque ella era joven, no muy atractiva, la naturaleza no había sido generosa con ella. Lo que más le salía a relucir eran unos inmensos ojos azules, un cabello corto hasta la exageración de color rojizo y la piel bronceada por el sol.

Su personalidad era alegre. Le gustaba vivir el momento y disfrutar de las cosas buenas de la vida. No le importaba el futuro ni el pasado. Solo el presente.

De repente, escuchó un ruido detrás de ella. Se giró y vio a Carlos acercándose a ella, totalmente desnudo y mojado. Al llegar, la besó con pasión.

Carla sonrió y lo abrazó. Carlos la levantó en brazos y la llevó al otro lado de la laguna de las pantis. Allí hicieron el amor sobre la arena, bajo el sol.

Carla se sintió plena y feliz. Pensó que no podía pedir más nada en la vida. Que tenía todo lo que quería.

Pero se equivocaba.

Al día siguiente, cuando se despertó, Carlos no estaba a su lado. Carla se levantó y lo buscó por la cabaña. No lo encontró. Salió afuera y lo llamó por su nombre. No respondió.

Carla empezó a preocuparse. Miró alrededor y vio algo que le heló la sangre. La lancha había desaparecido, confirmó lo que temía. Carlos se había ido. La había dejado sola en esa playa solitaria, sin comida, ni agua, ni comunicación, sin esperanza, ni salida. Carla se derrumbó en la arena y rompió a llorar. No entendía nada.

Entonces vio algo que le hizo abrir los ojos con horror. En la arena había una nota escrita con un palo que decía:

"Lo siento, Carla. Pero esto era solo un juego para mí. Un juego muy divertido que se tornó aburrido, así que decidí dejarte aquí. Adiós."

Carla no podía creer lo que leía, su novio era un monstruo, un psicópata. Le había tendido una trampa cruel e inhumana. Le había hecho creer que la amaba para luego abandonarla a su suerte en ese infierno.

Carla sintió una rabia inmensa hacia Carlos y hacia sí misma por haber sido tan ingenua y confiada. Grito por la desesperación, por la rabia, pero todo eso era inútil, nadie la iba a escuchar.

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Contenido original, escrito exclusivamente para Extraño Concurso No 26. Ropa tendida.

Imagen de portada procesada con CANVA.

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