Plasmé mis letras un día sin importar su sentido,
Fui tiñendo con mi tinta aquel papel neutro,
Evocaron las líneas mis grandes esperanzas
O será que confesaba la tormenta oculta en la calma.
Así pasaron en mi mente palabra tras palabra,
Jugaron un juego cruel de verdad a mansalva,
Donde ya mis nervios altivos se mostraban
Y solo pensaba en atacar mi texto para que nadie lo contemplara.
Navegaron las dudas por la aceptación esperada,
¿Quién sería yo para marcar las páginas?
¿Cuál sería el mensaje correcto que mi mente expresara?
¿O es que seré yo quien su caligrafía calla?
Fui el jurado impasible de mis propias expresiones,
Temiendo reacciones que no estaría dispuesta a escuchar,
Haciendo de la creación todo un drama,
Temiendo que nadie quisiera leerme jamás.
Los momentos pasaron y aún el miedo rondaba,
Expectativas de un mundo que no tenía las certezas definidas,
Pero no puedo limitar mis letras al mundo de otros
Siendo la fidelidad a mí el único truco.
A veces como escritores nos vemos en el dilema de tener miedo de qué tanto compartir o cómo darse a entender o, incluso, si alguien querrá leerte.
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