El perfume de sus manos


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No me conozco cuando pienso en el perfume de sus manos.

Decía siempre que no tienen nada que perder los labios exportados de los enamorados que yacen como fascinados en la lectura de unos prólogos de místicas experiencias.

Mis dedos eran clavados en el enredo de sus finos cabellos, mientras surcábamos cielos y descubríamos un nuevo duelo.

La luna me visitaba en sueño, y una suave brisa acariciaba los bellos de mi gélido ser.

Navego a veces en un mar de sutiles sentimientos, entre mareas de incertidumbres que desesperan en los anhelos.

Gira y gira la vida, y entre versos voy viendo su cuerpo.

Atados en las provocaciones de su figura, ajustada, medida.

Un execrable incendio radia las heridas de mi alma rota.

Pero siempre pensar en él la extravagante duda se derrota.

Las horas de un reloj que mecía las sombras de la vida.

Los ósculos en mi cuello entre gemidos y locura extrema, sostenían la candela de abrazos fundidos en una alocada excitación extrema.

Besos y más besos, desnudos entre lomas y espumas de una montaña de sublimes risas.

La noche terminó y con ella los maravillosos momentos.

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