Un nuevo compañero - Relato

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Mi hermana y yo solíamos molestar a una de nuestras vecinas en la escuela. Pero solo era algo entre nosotros tres, cuando nadie nos veía. Ella usaba unos lentes muy grandes e iba siempre con el cabello despeinado. La molestábamos por cosas tontas. Mi hermana le solía regalar peines y cosas de niña. Yo, en cambio, le solía regalar cosas de niño. Para el resto de la escuela existíamos. Nosotros tres: Laura, la vecina, Mariana, mi hermana y yo. Siempre nos íbamos y volvíamos juntos de la escuela. Así comenzó nuestra amistad. Después de un tiempo ella comenzó a devolvernos las bromas y los chistes. Ya no era más esa niña que creíamos. Y sin darnos cuentas pasábamos todo el día juntos. Íbamos a las mismas clases, jugábamos los mismos videojuegos, leíamos los mismos libros. Solo era cuestión de que uno de nosotros le picara una plaga y a los demás nos salía la roncha.

Solíamos pasar las tardes en casa de Laura. Ella tenía una casa más grande que nosotros y era hija única. En cambio, mi hermana y yo teníamos que compartir la casa con otros tres hermanos mayores y un hermano menor. La casa de Laura era de dos plantas, tenía un televisor muy grande, computadoras, juguetes, una enorme biblioteca; cosa que no había en nuestra casa. Realmente ella era una persona bastante distraída y poco le importaban todos esos lujos. Tal vez fue eso lo que hizo que siempre fuera despeinada a clases. Pero la mayor de las diferencias de su casa con la nuestra era el silencio y la tranquilidad que se podía respirar. Nuestra casa era una bomba que con cualquier chispa explotaba, todo se volvía una pela. Mis hermanos mayores se peleaban por la ropa, los zapatos, por usar la computadora, por el internet, por como le habla el uno al otro, y mamá siempre fue el árbitro. Era extraño, porque cuando mis padres querían tomarse unos días para ellos, nos quedamos solos y la casa se volvía un santuario. Nada de esto pasaba. Y lo más extraño de todo es que a Laura le encantaba pasar tiempo en la casa. A veces, discutíamos por eso, así que teníamos el acuerdo de pasar los domingos en casa, cuando estaban todos y las peleas no existían. Laura a veces se quedaba a dormir los sábados y pasar más tiempo en casa.

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El primer día de clases de nuestro último año en la escuela, llegó un nuevo compañero. Alberto. Él era el deseo de todas las muchachas, inclusive el de Mariana y Laura, que nunca antes había discutido la existencia de otros hombres que no sean los de nuestras familias. Y nunca llevan a usar eso apelativos tan de shakesperiano. ¡Vaya! Y Alberto era el hombre más normal que tu pudieses ver. Altura promedio, ojos cafés, cabello oscuro, no era musculoso ni gordo, era de piel un poco morena, no tenía un apellido rimbombante, ni mucho menos era una persona inteligente y menos que menos atlético, no tenía acento, no tenía un tono de voz impresionante, ¡NADA!¡CERO! Era simplemente un Alberto que vino de la capital. Era todo. Claro y esta ciudad siempre ha sido un pueblo en la costa del país. ¡Por Dios! Se comía las uñas cuando exponía. Era algo asqueroso.

Un viernes sus padres les dejaron hacer una fiesta, algo así como de bienvenida, para que su hijo socializara con los pueblerinos. Cómo si le hiciese falta. Solo le faltó salir en el periódico para que nadie se enterara de que era el nuevo en la ciudad. Esa noche fueron muchas personas a la fiesta de distintas escuelas, había gente por todos lados. “Y era una fiesta para jóvenes”. Había pocos padres. Nuestros padres nos dejaron ir solo porque era la primera fiesta a la que íbamos. Bueno, fue Mariana quien dijo que quería ir y mis padres automáticamente entendieron que yo iría. Cosa que sí hice de manera automática, porque no recuerdo haber puesto oposición. Estando allí nos dimos cuenta de lo idiota que fue la idea, porque no bebíamos, no sabíamos beber, casi no conocíamos a nadie, y solo nos veíamos la cara los tres como tres gatitos tristes. Nos pasaban alcohol, lo probamos, pero no nos gustó. Intentamos entablar conversación, pero no éramos buenos en eso. Bueno, o eso pensábamos, porque Mariana si logró conocer algunas personas. La gente se burlaba de Laura por como estaba vestida y su peinado. Esa fue la primera vez que la vi ponerse triste, realmente triste. La gente le decía cosas muy feas. De mí también se burlaron, la gente pensábamos que éramos novios y se burlaban más por eso. Después de un rato, Mariana volvió. Llamamos a el papá de Laura para que nos viniera a buscar. Mariana se dio cuenta de lo afectado que estábamos.

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Funete

No nos dimos cuenta, sino hasta el lunes, que Mariana había comenzado una “amistad” con Alberto. Al principio solo fueron saludos, después comenzó a pedir ayuda con las tareas. Luego él comenzaba a pasar tiempo con ella. Entonces vino una segunda fiesta de Alberto, sin excusa aparente. Nosotros la acompañamos, pero no queríamos ir. Laura hizo un intento de peinarse y le pidió ayuda a su mamá para vestirse, cosa que realmente no sirvió. Las personas nos reconocieron instantáneamente. No fue hasta que entramos en calor que la gente comenzó a burlarse otra vez de nosotros. Esta vez fue peor. Llamamos al papá de Laura y fuimos a buscar a Mariana. La encontramos bailando con Alberto. Resulta que había estado practicando en secreto para ese momento. Había gente burlándose de ella por cómo bailaba, pero ella no se dio cuenta y lo negaba diciendo que era una mentira.

Alberto comenzó a venir a casa de Laura sin que lo invitáramos. Era algo torpe en todos los sentidos. Lo comenzamos a conocer un poquito mejor, pero aun así había una cierta barrera creciendo entre él y nosotros, Había algo que nos decía que todo era una fantasía. Sin embargo, había una especie de magia que tenía Alberto sobre Mariana. Laura estaba algo disgustada porque ella usaba su casa como nido de amor sin su consentimiento. Lo que causó que Alberto se la llevara casi todas las tardes, que también trajo problemas para nosotros con nuestros padres.

Un sábado ella no volvió a casa. Al parecer se había ido a una fiesta y habían hecho unos rituales donde se prometían amor por toda la vida, que ya eran novios y sus pulseras lo confirmaba. Se habían dado unas pulseras que los ataba él uno al otro. O algo así entendí la noche del domingo después del alboroto que se armó en el desayuno y destruyeran años de tradición familiar. Esa también fue la última vez que Laura vino a dormir un sábado para pasar el domingo en mi casa.

Antes de que terminara el año escolar, hubo una fiesta, Mariana por supuesto fue. Laura y yo no fuimos. Alguno de los amigos de Alberto le robó el carro a sus padres y se fueron a pasar por la ciudad. Terminaron en la única discoteca que había.

En la mañana tocaron la puerta de la casa con cierta violencia y sutileza que nos levantó a todos, ya desde ese instante todo fue diferente. Era la policía.


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