Naturaleza Muerta (Relato)

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Fuente: Pixabay

NATURALEZA MUERTA

por @pelulacro

El día se deshace. La mañana inadvertida se convierte en agua. La calle mojada refleja destellos: un auto pasa, lentamente; otro auto le sigue, y otro mucho más atrás. Sonidos del agua que salpica sobre el pavimento y destellos monótonos continúan en el cielo. Llueve.

En lo alto rugen truenos en las grandes nubes oscuras, como si anunciaran que continuará lloviendo por la tarde y tal vez durante la vida que agoniza. Las pocas personas que aún transitan presurosas por la calle desierta se pegan a los muros de las casas de puertas cerradas, con los brazos cruzados sobre el pecho o sosteniendo un paraguas o el impermeable. Por breves momentos se ve la calle abandonada, a través del cristal de mi ventana de agua: A lo lejos, los edificios parecen danzar o temblar en la profunda humedad del mediodía.

Este es un día de recogimiento; de evocaciones. En la detonación de un relámpago, el alma se me escapa por todos los sentidos. No sé por qué me reencuentro en la lluvia y entre nubes de este eterno mediodía gris. Por mi mente desfilan tecnicismos, frases críticas, innumerables ismos y consideraciones académicas.

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Fuente: Pixabay

No sé en cuál siglo hablé la primera vez. Desconozco el origen de mi primera palabra pincelada, el primer mural o el primer lienzo. No sé cuánto amé, o si amé alguna vez. Leo mi nombre en páginas olvidadas, ya polvorientas, manchadas por el tiempo de muchos años. Cuanto más necesité de mis sentidos, no los hallé en ninguna parte; como tampoco supe comprender la realidad o la necesidad de los demás. Sé que existí, pero no sé desde cuándo.

Fui pintor. Esta lluvia que resbala incesante en los cristales de mi ventana me recuerda escenas impresionistas. El paisaje se desdibuja y se ablanda; la forma desaparece en la impresión de una emoción, un recuerdo o un pensamiento muy personal.

Al paso de las horas, el ambiente adquiere nuevas coloraciones. Es como si cada cosa tuviera una personalidad de acuerdo al tiempo, con su propia luz, o los sentimientos. En la soledad del estudio-habitación- busco la presencia de alguien que al parecer se fue quién sabe cuándo. Muy cerca de esta ventana de agua, en una tela pintada al óleo, abandonada a las arañas, casi no se distingue el cielo nublado, el camino que serpentea el prado, una carreta sin bestia, unos árboles cerca del trazo inconcluso, cerca de la montaña.

Allá afuera, agua. Agua en el cristal y en los huesos ya fríos. Huele a agua. El frío húmedo se cuela por la nariz y se hace dueño de la carne y la sangre de un cuerpo de un hombre o del pintor sentado en un sillón frente a la ventana de agua.

Recuerdo tantas cosas y no tengo ahora más que un reloj de arena que me regaló algún discípulo agradecido cuyo nombre no recuerdo, unos cuantos libros esparcidos por el piso de la habitación-estudio, botellas vacías, pinceles ya fósiles, dos puertas desteñidas, esa ventana mojada por dentro y por fuera, telas en sus bastidores, el caballete con el paisaje inconcluso, cubierto por una simétrica telaraña y el aire convertido en polvo. Es todo tan vacío y tan propio.

Aquí en este estudio veo mi cuerpo sentado en el negro sillón de cuero, frente a la ventana que mira la calle desierta. Me duele su viejo dolor de pintor de paisajes repetidos como postales, sus retratos perfectos como fotografías, sus monótonas versiones de la naturaleza muerta. En el claroscuro de la tarde de un día lluvioso, veo que mi cadáver duerme sin advertir el escurrir del agua que cae sobre la tierra de un camino que serpentea el prado, bajo una tupida telaraña coloreada con el polvo centenario que flota en el aire de mi habitación.

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Fuente: Pixabay


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