¿Cómo será el futuro, abuela?, preguntó la niña mientras se sentaba, ya no en su sillita de madera sino en el regazo de la anciana. La abuela acarició la frente infantil y de frente miró su cara. Los ojos expectantes y luminosos una respuesta esperaban, y la anciana sonrió mientras con orgullo la miraba. Después comenzó a hablar y el paisaje contemplaba, atenta, como si fuera la primera vez, a través de la ventana.

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No habrá discriminación, dijo la anciana volviendo a la niña ver, pobres y ricos, blancos y negros, hombre y mujer, en la faz de la tierra segregación no van a padecer. Los que debieron salir de sus países, dejando su casa y su familia, han de volver y aquellos gobiernos dictatoriales y arbitrarios han de caer. No habrá hambre, eso me lo puedes creer, porque habrá mucho alimento que la gente toda podrá comer. Entonces no habrá mendigos, ni indigentes, ni niños en la calle, de eso ten fe, porque hasta el árbol más chiquito de frutas ha de crecer.

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El que caminaba sin rumbo fijo y se sentía cansado, encontrará un lugar donde estar y no sentirse maltratado. Los ancianos como yo que alguna vez pudieron sentirse abandonados, sentirán que son tomados en cuenta y volverán a sus años dorados. Los niños como tú crecerán con un papá y una mamá al lado que darán educación, ropa y por ellos serán alimentados. Los niños como tú, ante todo serán felices y se sentirán amados, porque en cualquier sociedad, el bienestar de los niños debe ser sagrado.

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Los ojos de la niña parecían desorbitados cuando le dijo a su abuela con tono aumentado: “¡Será un mundo perfecto, abuela, por lo que me has relatado, pero cuándo será eso, qué día, qué mes, qué año! Y la abuela volvió a mirarla con ojos encantados y le dijo también con tono exagerado: “El mundo será perfecto, mi ángel adorado, cuando existan más niños como tú que no se hayan olvidado de ser buenos, amables y educados, porque aunque venga otro y te diga lo contrario, tu futuro depende de ti: lo tienes en tus manos”.