Las razones del ausente
Al día siguiente de la llegada de aquel hombre, mamá y él no salieron del cuarto. Cuando pregunté qué comeríamos, mi madre del otro lado de la puerta se encargó de decirme que había pan, queso y mantequilla en la nevera. Aquel no fue lo único extraño que hizo mi madre, también hubo cambios considerables en su vestuario y comportamiento. A diferencia de su aspecto anterior, mi madre se maquillaba y se arreglaba incluso para hacer el desayuno.
Pero también hubo otros cambios, no tan evidentes, pero que mis hermanos y yo olíamos, presentíamos. Mamá había dejado de ser la mujer alegre, amorosa e independiente, ahora siempre estaba atenta de aquel hombre que generalmente estaba serio y distante. A veces parecía atemorizada, nerviosa, como si fuera a suceder algo. Otras veces, como una flor marchita, reposaba largas horas en la ventana esperando que aquel hombre volviera y era la única forma de verla sonreír.
Cuando le preguntamos un día a madre por qué nuestro padre se había ido antes, ella dijo algo de un temor a las responsabilidades. En esa época éramos muy pequeños para entender aquella palabra y el terror que podía causar en ciertos adultos. Por eso, cuando una mañana nuestra madre se acercó a nosotros mientras desayunábamos y nos dijo que nuestro padre se había vuelto a ir, nosotros la miramos y luego seguimos comiendo, como si nada.