La gota que hizo derramar el río
La mujer adulta, madre de las otras, restriega la ropa con fuerza, mientras las más jóvenes van poco a poco sacando espuma. Una de las jóvenes está callada y aunque en todo el camino le hicieron preguntas, se mantiene callada y con la cara enjuta. La madre la mira de reojo y presiente lo que oculta, pero no quiere pronunciar aquella palabra que tanto le asusta y sigue restregando telas con las manos callosas y duras, con un susto en el corazón al ver que su hija sigue muda.
Decidida, la madre le pregunta y la hija con la cara baja confiesa su desventura. Mientras la joven habla, todas las otras mujeres escuchan y esperan que se desahogue porque la pena en su corazón es mucha. Palabras y lágrimas salen como si dentro de ella hubiese una gran lucha y van a dar al río que se oscurece como las tardes cuando se enlutan. Cada lágrima cae y resbala por sobre la ropa sucia y el río se pone turbio por todo aquello que se escucha.
Luego del mediodía, los hombres despiertan aturdidos por el paso de tiempo. Extrañados notan la ausencia de las mujeres y la soledad en el firmamento. Apremiantes van al río sin mayores contratiempos y se encuentran el río solo y las ropas regadas por el viento. No hay mujeres, no hay nadie, solo el río desbordado por tantas lágrimas de sufrimiento.