El refugio de los puñales
Los que más disfrutan las conversaciones con Chema son los muchachos. Ella les habla de su época de juventud y de cómo se salvó de la dictadura: Yo he vivido mucho y he visto mucho, dice y se le aguan los ojitos. En esos momentos pierde la sonrisa o la gurda y comienza a hablar como si todos los recuerdos le vinieran de golpe. A veces habla de la época en la que debió esconderse, otras veces en las que debió ayudar a un amigo, pero la que más relata es aquella en la que estuvo a punto de morir.
“Llegaron los soldados. Eran cinco. Ya nos habían dicho que irían. Todas las armas, los panfletos y los libros los metimos debajo del colchón. Éramos estudiantes y el gobierno odiaba a los estudiantes, especialmente a las mujeres. Aquella vez yo me acosté sobre aquel colchón y me hice la enferma. Cuando los del gobierno llegaron, me vieron tirada, con cara de enferma. Por poco me dan un tiro y me sacan de la cama. Pero en eso me oriné y aquellos hombres sintieron asco. A veces el asco es igual que el miedo”.
Los muchachos escuchan a Chema mientras ella habla y come: “Algunos, por muy valientes, se intimidan ante las supuraciones humanas”, repite y remata siempre: “Nadie se atreve a jorungar debajo del colchón de un enfermo”, dice y muestra sus encías sin dientes. Los muchachos continuamente se van con curiosidad preguntándose qué habrá debajo de la cama de Chema, pero aunque quieran buscar, nadie se atreve.