El poder de algunos sustantivos
Hacía dos años, tres veces a la semana, su sangre era extraída, lavada y vuelta a meter en un proceso cíclico inhumano. Había visto personas fallecer, morir ante sus ojos, mientras la alarma de la máquina sonaba en señal de la nueva vida que se iba. En ese instante cerraba los ojos, cansada de las historias de heroínas que deben ser inmortales.
La semana pasada había muerto el señor Pedro, también Antonio. Esta semana fue Pablo y Andreína, y nadie decía nada. Callados todos, tal vez se imaginaban pronto en esa larga lista. Ninguna de aquellas vidas era fundamental para nadie, pensó la mujer cansada de las batallas diarias. Si fuera el Presidente, tal vez un Ministro, el mismo Papa, la gente hablaría de la muerte notando su ausencia, pero quiénes eran ellos, personas sin ninguna importancia, con vidas insignificantes y ordinarias.
Sería tan fácil tirar la toalla, cerrar los ojos, apagar la luz, pensó la mujer con la cabeza sobre la almohada. De repente la mujer abrió los ojos cuando alguien pequeñito se montó en la cama y dijo:
_Menos mal que regresaste, mamá, ya te extrañaba.