El amor dormido
Pero llegó ella, huracán de pasos y caderas, de sonrisas y vida. Llegó ella y todo le supo a primeras veces, a vértigo nublado, pero él no sintió miedo; por el contrario, cerró los ojos y se dejó llevar, como aquel que flota sobre el mar a la deriva, pensando que tal vez no era tarde para soñar de nuevo, para abrir las alas oxidadas, para saciar el hambre viejo, el fuego apagado, caer en la tentación.
Es verdad que la frescura de ella lo hizo bajar el rostro: era ella toda perfección. En cambio él, todo roto, piezas faltantes, paisaje sin color. Pero ella, felina de otros tiempos, supo apreciar el color de sus hojas, la quietud de su orilla, el sabor añejo de su licor. Entonces, él se entregó a ella, sin coraza, dispuesto a morir, consciente de que con aquel amor, inevitablemente estaba viviendo su última estación.