Despertar en Tempestades | Poesía Erótica

Introvertida suerte la del destino
que le abandonó en una casa sin amo,
sin dueños, ni testaferros de su piel,
donde el único roce de labios
se lo daba el aire cuando un suspiro
vulneraba su garganta y le cortaba
la nerviosa respiración.

Pero no era miedo, sino ansias;
tenía ella las ganas de sentir,
o tal vez de padecer en su pelvis,
lo que la propia naturaleza
le movía con gritos
dentro de sí.

Tiempos a un ciclo,
secretos sin arrullos,
vacíos de soledad,
noches frías sin el calor
reinante de un reina
que sin alfiles ni peones
añoraba circundar su placer.
Más que la lluvia,
se fue por el húmedo roce
que difería de relámpagos
y de vez en cuando,
el cielo y la tierra
la veían despertar
en tempestades.

Aquel rostro
comenzaba a llenarse
del rubor sanguíneo de Lucifer.
De pronto así, palpitaron sus pómulos,
la soga del placer comenzó a ahorcarle
robando la humedad de su boca
y dejando que aquel manantial
surcara otros caminos
donde menguante de torbellinos
ahogarían, finalmente,
sus ansias.

El corazón perdió la cuerda
cuando en hermoso desenfreno,
su espalda y sus caderas
comenzaron a mecerse
al vaivén de la brisa fresca
que le erizaba y la encendía.

Manos frágiles y delicadas
encubrían toda la fuerza
de sus tensos dedos.
Así, con señas de juramento,
hizo ademán de pecado
y en hurgas de conquista
sostuvo con el diagrama erguido
aquel elixir que fue derramando
cuando las manos fueron pétalos
estremeciendo con estruendosa premura
todos los rosados del pecho,
hombros y piernas.

Ella musitaba
con agite en respiración
y las pupilas que miraban al cielo
se volvieron orbes incandescentes
que dilatados terminaron afónicos
como su voz temblorosa de rosa y miel,
como su cintura danzante de placer,
como su cuello erecto de tersas clavículas
y como su cabello que caía con prisa
mientras gravitaba el agua
que le recorría.

Sostuvo al silencio
pese a hallarse sola,
en medio de un placer
sin culpas y con glorias
de haber posado desnuda
sobre el regazo de un lugar
donde las luciérnagas
y otras hadas, como ella,
fueron testigos de un grito
impedido de ahuyentar
a aquella naturaleza
que fiel e intacta
le acompañaban
cuando por fuera
y por dentro,
otra melodía le permitía
a oírse a sí misma
en sí misma.

Fotos de mi Autoría

Derechos Reservados
Nikon D5200 | 35mm
Modelo: Loingrid

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Ecency