La fuga en la mente del escritor - Relato


Fuente

La fuga en la mente del escritor

El hombre caminaba entre sombras y luces nocturnas, sus pasos resonando en el suelo empedrado. Se revolvía inquieto, como si las ideas se debatieran en su cabeza y las emociones de su pecho chocaran. Parecía estar discutiendo consigo mismo, manteniendo una conversación a la que nadie del exterior había sido invitado. Era esa la razón de su caminar complicado, desgarbado, compungido, febril y casi violento.

A veces se le escapaban susurros de los que no era consciente, pero no se detenía a mirar a los lados para confirmar si desde alguna ventana solitaria alguien se había posado, tropezando con sus palabras. No existía más mundo que los que guardaba en su cabeza, dónde las voces hacían eco y se alzaban, amenazantes, y él trataba de explicarles a todas y cada una de ellas sus razones, aunque se sentía obligado de hacerlo. Ellas tenían que obedecer sin necesidad de justificación.

No obstante les explicaba con paciencia, perdiendo el control cuando lo interrumpían y todas querían hablar al mismo tiempo, causando un estallido que le hacía doler la cabeza. Lo hacía porque en ocasiones, malditas ocasiones, las voces permanecían silenciosas, obstinadas en dejarse oír, dejando su mente en blanco, como un cementerio frío y desierto. No quería provocar que se fueran, por eso les respondía, para retenerlas.

Odiaba más ese silencio, la ausencia, que la presencia caótica de sus amigas. Cuando lo abandonaban su alma se sentía vacía, desprovista de emociones, queriendo llorar pero sin poder derramar lágrimas. Debido a eso se lanzaba a los brazos del vicio y la adicción, al peligro, las penurias, el dolor. Todo con el fin de arañar en las vivencias emociones que le inundaran el pecho lo suficiente para despertarlas.

Ahora que lo estaban, habían llegado como un torbellino destructor, arrasando la calma, apuñalando la fina cordura que había logrado mantener estable, golpeando, golpeando, estremeciendo.

El hombre sacó las llaves de su bolsillo, pero el temblor de sus manos hizo que cayeran al suelo. La prisa de entrar solo retardó el encuentro, y cuando por fin logró abrir la puerta se lanzó dentro de su casa como si estuviera siendo perseguido por una jauría de lobos hambrientos.

Al llegar al escritorio empezó a teclear en su máquina de escribir de forma desenfrenada, sin descanso, hasta que el sudor empezó a bajar de su frente y los dedos se le llenaban de dolor. Estaba poseído por las palabras, las frases, por la vida de las voces de esos personajes que había creado hacía tiempo y que querían revelarse, como si tuvieran voluntad propia.

Escribió por horas, y finalmente, cuando la extenuación llegó a su punto máximo, cayó de la silla, quedándose dormido en el acto. Soñó con sus personajes, sus diálogos, los mundos secretos de su cabeza. Justo en ese entonces las voces se aprovecharon, los personajes salieron de la mente del escritor y cobraron forma en la realidad donde habitaba el hombre. Desde ese entonces no ha despertado, y los personajes procuran que permanezca dormido, para que su existencia no se vea amenazada por el despertar de una mente que les dió la vida, la cárcel y la libertad.

Una mente torturada y creadora.

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
4 Comments
Ecency