Rastros de lluvia

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Huellas de lluvia

Relato a dos tiempos

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A veces es simplemente una llovizna, a veces una garúa. A veces un chaparrón, una tormenta, una lluvia con truenos y chubascos o una silenciosa y discreta lluvia. A veces llueve al mediodía cuando el Sol está más fuerte y sucede un vapor caliente que agrieta las calles o a veces llueve sin que te des cuenta, como cuando duermes y al despertar descubres las huellas que ha dejado a su paso. De cualquier manera es siempre perfecta para guardar las ilusiones y abrazar la realidad.

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Ese día llovió hasta el anochecer, gotita tras gotita indeteniblemente. Sin contemplaciones. Llovió y llovió día tras día por una semana entera. Las calles se aturdieron de charcos y brotes de yuyos, los helechos surgieron de pronto en cada trocito de tierra, de cada barrio, urbanización, plaza, terreno, pueblo, ciudad... la carretera, amplia, callada y ajena. Llovió sin parar. Suave y fuerte, intensa y armónicamente, sin hacer pausas, ni dar treguas.

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A veces cuando llueve ella se asoma a la ventana por largo rato y piensa cómo sería la sensación de vivir otra historia, en otro lugar muy lejos donde también lloviera. Con otros aromas y otras gentes, otro idioma y otros colores. Mira pasar los carros y se pregunta quiénes son y adónde van los que viajan y huyen, por qué sufren y de qué ríen. Piensa que todos los que pasan guardan su belleza en algún lado, lejos del mal. Y que seguramente algún día morirán y volverán a nacer mujeres y hombres que sigan pasando por esa misma carretera angosta y a medio hacer que atraviesa el horizonte de su casa. Su mirada diaria de siempre mirar al itinerante, al pasajero, al viajante, al que se va o está por irse. Ella sueña otro mundo y calcula cómo podrá encontrarlo.

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Mientras llueve aquí o allá, las historias continúan, las vidas palpitan y crecen con metas o sin ellas, por convicción o a tientas, los sueños avanzan, los niños nacen, el hombre cosecha, la mujer enseña, el joven ríe y quiere, la niña teme y vence. Se escriben las historias y se compone la más bella poesía, se imprimen los libros, se ama, se odia, se llora y se construye. El muro se derrumba, espera el tiempo... La pared se alza, se ponen las puertas, se decora la sala, se pintan las ventanas y se encienden las luces... se coloca la música. La lluvia no es eterna y siempre cruel.

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Él avanza por ese mismo sendero, mientras duerme la gente, mientras escucha los acordes de esa vieja canción de su infancia, atraviesa la carretera. Algún lucero del aire le ilumina el camino y una lámpara de soles le guarda el recuerdo y la sensación de estar vivo... sueña su copla de lino, sus labios gruesos, sus ganas de saberlo todo, su andar femenino, el terciopelo de sus cabello esponjoso y perfumado. La tibieza de su cuerpo le inquieta los sentidos y una lágrima le recorre la soledad. Perdidos por el mundo se reconocen por el lejano mirar... Se desean y necesitan; pero no se saben ni se conocen.

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Después de la lluvia, el paisaje se ilumina, las calles se limpian y los colores se tornan claros y llenos de vida. El cielo se despeja, los árboles paren las más hermosas flores amarillas y violetas, fucsias y anaranjadas. El alma se apacigua y surge la fe. La mirada se aclara y nos entusiasman las risas y el futuro... Quizá nunca se conocerán, ni se mirarán, el destino será otro, quizá feliz, quizá nostálgico, quizá común o cotidiano, o extraordinario y soberbio; siempre prefecto.

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