El beso

El beso

A la pequeña Marian

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TOBOGÁN-DE-DOBLE-ESPIRAL.jpg

Era de noche, el ambiente despedía un aroma a rosa mosqueta, a humo naciente de cigarrillo, a perfume Channel y palo santo. La luna empezaba a asomarse nítida, impetuosa y triste. Se escuchaba el ruido de un carro subiendo por la calle inmediata a la entrada de su casa. Una mujer de tacones altos bajaba apresurada la pendiente, dos obreros subían a la vuelta de la esquina, pan y verduras se notaban a través de la suave tela de sus morrales, se oía divina, delicadamente las notas de un saxofón, un perro ladraba muy cerca, un perro pequeño, dotado de esa imprudente habilidad para crispar los nervios a cualquier andante, deambulante, ser humano. Un equipo de sonido amenizaba toda la zona, al mismo ritmo del tintineo frágil de las estrellas. Tres vecinos charlaban frente a la casa del músico. La anciana de enfrente miraba a través del cristal de la ventana intuyendo un recuerdo, una grosería, una excusa de pensamiento para antes de dormir y así sobrevivir la nostalgia. Una joven mujer cocinaba su soledad en un viejo sartén, aspirando la fría brisa con el cabello cansado de tanto esperar. Los gatos hacían el amor en el tejado cercano. En la vieja pensión de artistas el escenógrafo afilaba sus cuchillos. Un niño lloraba a lo lejos.

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Lo sospechaba. En la esquina la casa de antaño se caía a pedazos víctima del fuego y la desilusión. El carro se detuvo en el recodo. Algunos metros más adelante, en el edificio pequeño las orquídeas perfumaban el ambiente, con esa belleza mística que sólo a las flores les es dado poseer. La vecina de al lado descolgaba su ropa, camisas con hedor a jabón barato, sostenes con recuerdos de saliva y alquitrán, calcetines curtidos de tanto andar y buscar en la nada un trozo de pan, al menos migajas de dos. La escena parecía recreada por un pintor impresionista. Y en ese instante imperfecto y maravilloso, se fue la luz artificial de los hombres, se apagó la cuidad, el mundo se detuvo. La calle se tornó solitaria y oscura. Los grillos iniciaron su canto ritual. Ella, lo besó, con la exacta convicción de que había nacido para hacerle feliz, también… a ella la besó, saboreando la ternura y el chocolate de su pequeño corazón; con la fe de volver a encontrarla, colmarla de cosquillas, abrazarle el corazón y verla lanzarse por el tobogán más lindo y divertido que exista en todo el mundo. El ruido del carro la despertó mientras dormía.

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