Tolerancia y cultura (Disertación)


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Crecer en el plano de la promoción cultural, significa sin dudas involucrar un numero mayor de personas a tal fin, delegar responsabilidades y transmitir la esencia de esa necesidad de ampliar limites y llevar sin restricciones las expresiones de quienes transitan por los diversos caminos de la vida.

Es imposible personalizar, creando condiciones individualistas en un sector tan representativo que conjuga una reunión de egos, escalonados en niveles distintos, con ópticas divergentes sobre los mismos temas, es obligatorio y necesario que fluyan las ideas sin bozales y que ellas cabalguen sobre el corcel de la libertad.

Amordazar, sectarizar, satanizar o ignorar, deben ser palabras proscritas, cuando se tiene la obligación moral de ser medios públicos, donde van a confluir opiniones con motivos diferentes y razones validas, si se colocasen dentro de la problemática o la visión de quien la vive, ya que el sentimiento es parte de ese libre albedrío que nos regala la vida.

Es cierto que existen posiciones agresoras que radicalizan los temas y los llevan al borde de la confrontación por no ceder terrenos, pero también debe ser valido que la función del intermediario es de catalizar para que esos vaivenes tengan matices y bemoles que no hagan de las palabras el arte de la guerra, sin erigirse como verdugos ni censores, sino como mediadores, si hiciese falta, pero nunca sesgando las ideas.

Cuando las situaciones domesticas viajan a través de ondas al espacio y se convierten en públicas gracias a las telecomunicaciones, el perfil del receptor debe estar acorde con la necesidad de divulgación que nace como consecuencia de ello y sin menoscabar, no plantearse posición en algún bando.

Para manejar, pertenecer o participar en esa globalización de ideas hace falta, sin dudas, una buena dosis de tolerancia, de sana confrontación para exponer y no imponer, de un alto grado de responsabilidad nacida de sí mismo y sobre todo un desprendimiento y humildad a prueba de balas, de criticas, de posturas desacordes y de pensamientos irreverentes.

Practicar la doctrina de la aceptación es sin dudas un parámetro importante para quienes desean que los pensamientos y las obras de quienes confían en ellos, no se contaminen o terminen siendo esquilmadas por una censura innecesaria, ya que disgrega los verdaderos motivos para lo que fue creada.

No con esto se pretende ser blancos inertes de quienes creen tener el poder por poseer intereses menos convencionales, no por eso se deja de ser garantes de los derechos de quienes los acompañan, por el contrario esas voces deben estar en primera fila en el momento que se sospeche que se ha confundido la liberalidad con el libertinaje.

Se debe estar plenamente convencidos que se es solo un granito de arena en medio de la playa que reúne a los verdaderos dueños del territorio de la cultura, que son quienes aportan sin mezquindad, aunque sea un minuto de su tiempo, para que el mundo se dé cuenta que darse la mano tiene su sentido, y que por encima de un hombre o un medio está la conciencia colectiva que es lo que mueve las iniciativas.

Sin colaboraciones no se existe y sin la amplitud como norte, solo serian un círculo, que con el transcurrir del tiempo, se iría cerrando, siguiendo el ejemplo de una mayoría que ha querido apropiarse de los pensamientos ajenos y ha manejado con perspectivas personales todo lo que es propiedad del pueblo y de su idiosincrasia.

La cultura es de todos y es un derecho inviolable, se debe tener acceso a ella, porque de lo contrario seremos seres primitivos.

Todos deben tener la oportunidad de participar con una gótica de agua, la cual, irá llenando el mar de los sueños donde navegamos sin descanso.

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