Fuente
A mi hermana fallecida, acompañante
presente de los primeros años,
perenne de los futuros siglos.
Pequeña flor.
Compañera fugaz y errante,
mar inmerso en el sol resplandeciente,
árbol de mi corazón sobre la tierra,
alma fuerte, ave de otros tiempos.
Desde tu nacimiento
fuiste una hora nueva en los días,
montañas azules en verdes prados.
Libélula de vuelo rápido en jardines
de verdes hierbas y flores nuevas.
Se fue tu juventud como el agua desnuda
entre tus manos temblorosas,
avatares del triunfo y la derrota,
ilusión rota que gota tras gota
fue quebrándose en el cristal de la noche.
Te fuiste por los caminos lejanos
sin alejarte ni quedarte definitivamente,
estrella del cielo, el mar y el río.
De la vida guardas buenos recuerdos
en el baúl escondido de tus sueños.
Pequeña flor.
Sueño de niños y peces,
tu destino es el infinito,
incierto horizonte del poema,
desolación de algas y espejos.
Fuiste la vida y la soledad,
penetrante oscuridad de lo eterno,
blancura de harina de tu piel,
fugacidad de tus ojos y pies,
implacable confín de tus cabellos.
Fuiste la calma y la palabra,
la ciudad con sus rasgos de grandeza,
el delirio del silencio y el átomo,
amor grande, bueno y generoso.
Te fuiste sabiendo que te esperábamos,
ladrón de momentos que hurto tu alma
para confundirla con el sueño iluso
del mar conjugado con el cielo,
idolo roto consumido en el humo.
Te fuiste con la tarde que muere
y vives en el dulce color de mi recuerdo.
Estas allí, fresca y lozana
como cada mañana que despierta,
como cada flor que me besa.
Pequeño ángel
que en el cielo de mi corazón
sembró sus raíces muy profundas,
desde el atrio de tu ventana
contemplo la vida que pasa.
Allí tu nombre es roca,
tu recuerdo follaje en la maleza.
Pequeña flor
compañera fugaz y errante
que con el mar perdiose en la tarde.