Arrastro mi cuerpo fuera de la cama; aún me preguntó "¿Para qué?". La Sombra a vuelto, como tantas veces. Ya tiene tiempo pesando sobre mí y esta vez no logro sacudirla. Monto el café más por costumbre que por deseo, mi cuerpo se mueve en automático; sé que un poco de música ayuda, pero no sé cuál será la adecuada; pongo la radio y nada me convence. La apago.
Me pregunto si otros conocen de La Sombra, si también los visita, si también luchan con ella; me pregunto si podré vencerla solo...
A fuerza de voluntad la mantengo a raya, he descubierto que los vicios le dan más control sobre mí; por eso los evito.
Tengo la teoría de que estoy maldito, de que llevo a cuestas el peso de los pecados de mis ancestros. Otro ya se hubiera vuelto loco, pero yo no puedo hacerlo.
Con la cabeza perdida en mis oscuros pensamientos, me desplazo como un fantasma por las calles dormidas; en blanco y negro me saluda el mundo que me rodea.
Llego a mi destino y llamo, entonces el sol viene a mi encuentro. La Sombra se repliega y espera. Unos pequeños brazos envuelven mi cuello y una voz infantil me reprende por mi tardanza; parece que han encendido el mundo de repente.
El trayecto a la escuela es una tormenta de historias, una lista interminable de peticiones y promesas. Un beso en la mejilla sella la despedida y mi luz se queda en la casa de rejas amarillas.
La Sombra se ríe cuando me alejo, se crece al sentir mi miedo; rezo a un Dios que no sé si me escucha, que no sé si existe; pido porque mi luz solo haya heredado mis ojos.
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Esta historia forma parte de la serie de relatos cortos: una vida más en un cualquiera, en donde cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Son apenas destellos que muestran vidas o fragmentos de vidas, que se pueden asemejar a la de cualquiera.
