Regalo divino - Relato

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Paulina se acariciaba la redondez de su cuerpo, ya le pesaba más de la cuenta; faltaba poco, eso no era un secreto; hacía varias noches que no la visitaba el sueño.

Su madre se acercó. La veía con ojos de pena y algo de reproche. Tenía de 16, ¿Terminaría la escuela?, se preguntaba para sus adentros. Se le había roto el corazón con aquella noticia, pero era su niña, no podía abandonarla. Le acarició la cabeza y le preguntó una vez más por el padre de la criatura, no quería que lo hiciera sola, después de todo un bebé se hace entre dos, era justo que el otro compartiera la carga con ella. Paulina solo movió la cabeza en negativa, mantenía la misma postura del primer día cuando confesó estar esperando; su bebé era un regalo de los dioses, no tenía padre. Y aunque su madre sabía que eso no podía ser cierto, tampoco tenía sospechosos; pues Nina no salía con nadie, casi no tenía amigos y no iba a fiestas; era muy buena estudiante y jamás hacía cosas de manera impulsiva... Está situación los había dejado sorprendidos a todos.

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Nadie sabría jamás como llegó a quedar embarazada aquella niña, quizá era cierto, quizá aún los dioses tomaban de los mortales lo que querían, quizá no habían perdido esa costumbre antigua de regar hijos en el mundo... ella no habría de cambiar su postura, siguió diciendo que su bebé era un regalo divino.

Y así cuando amanecía el día más largo del año; en medio de aquel solsticio de verano, nació su niña. Tenía los cabellos dorados, la piel blanquísima y un par de zafiros en los ojos; no se parecía en nada a ella. La llamó Helia, hija del Sol; porque el Sol era su padre, él le había regalado aquella niña tan perfecta y hermosa.

La madre de Paulina tomó a su nieta en sus brazos, se miró en los zafiros de sus ojos y lloró mientras la llenaba de besos. Helia era tan perfecta que ya no tenía dudas de que fuera hija de un dios y ese día decidió olvidar su misión de encontrar al padre de su nieta; decidió que su hija no había mentido y lo más importante: decidió disfrutar de aquel regalo.

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La madre de Paulina solo tenía miedo de una cosa: cómo crecería Helia sin padre o más complicado, cómo le explicarían que era hija de un dios; qué pasaría cuando contara eso en la escuela, cómo sería su vida... Pero el destino hace sus jugadas y los temores de su abuela se disolvieron en medio de los años, pues Helia creció en medio de la inclusión, en un salón de clases que había niños habían nacido como niñas, en dónde había familias que vivían en poliamor y no tuvo maestra ni maestro, sino un maestre. El mundo estaba cambiando, había espacio para ser diferente y eso te hacía especial y no raro; no había que dar demasiadas explicaciones, podías ser tu mismo sin ser juzgado; así que cuando Helia habló en clase de su familia y dijo ser hija de un dios, no la vieron extraño, lo dieron por cierto y simplemente la aceptaron.

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Imágenes de mi autoría tomadas con teléfono redmi 9a

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Ecency