Cervantes Ciencia Vol. 99 p. 1-2

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La pregunta por el conocimiento ha estado en el origen de la reflexión filosófica. Pensadores de todas las épocas han buscado alguna idea-fuerza que les permita transitar con seguridad por los tortuosos caminos del pensamiento.


Ya en la antigüedad Aristóteles intuía que cualquier conocimiento debería hablar sobre lo más general, sobre lo universal de las cosas. Su modelo era la observación de la naturaleza, donde acontecimientos como los ciclos de luz y sol, el nacimiento y la muerte, se cumplían con regularidad, en atención a un orden que se dejaba notar en todo y para todos.


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A partir de Descartes, con el nacimiento de la era de la razón, se comenzó a desarrollar un gran debate que se extendería en los siglos siguientes.


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La necesidad de buscar “aquello de lo que no se pudiera dudar”, impulsó a los pensadores a encontrar alguna base que sirviera de anclaje donde edificar un conocimiento de gran alcance y validez general.


Durante algún tiempo se tuvo la ilusión que con el desarrollo de la ciencia se había alcanzado ese momento. El conocimiento científico brindaba una gran sensación de seguridad. Su método de estudio basado en la observación y la comprobación, ofrecía la oportunidad de tener “verdades incuestionables”.


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Sin embargo, desde el siglo XIX pensadores como Hegel mostraba que la ciencia, por ser una creación humana, estaba irremediablemente unida a la experiencia y la contradicción. Ideas como esta sembraron la semilla de la duda, que abriría la puerta para cuestionar el principio central del conocimiento científico, la objetividad. ¿Es posible la objetividad? ¿Hay ciencia sin objetividad?


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En ese contexto todo el edificio de la ciencia comenzó a verso de una forma crítica, a ponerse en cuestionamiento. Los pensadores llegaron a una conclusión: el método científico no ofrece la posibilidad de poder estudiar la ciencia misma, de avanzar en la comprensión de sus postulados. La objetividad es una trampa que lo impide.


De allí que para hacer posible la reflexión sobre los fundamentos de la ciencia y su alcance tuvo que dirigirse la mirada hacia un conocimiento distinto, el que tradicionalmente se ha ocupado de volver una y otra vez a las preguntas primigenias, el de la filosofía. El desarrollo de esa reflexión crítica con las herramientas del pensar filosófico es el origen de lo que conocemos como filosofía de la ciencia.


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“En Montecarlo, los jugadores practican inducciones que ningún hombre de ciencia aprobaría. Pero no es del todo fácil enunciar la diferencia entre las inducciones del jugador supersticioso y las del hombre de ciencia prudente ... ¿Es la fe en el método científico sencillamente la superstición del científico apropiada a su tipo de juego? ”


BERTRAND RUSSELL (Miguel Martínez. El Paradigma Emergente)


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