Que perdure lo necesario / relato y dibujo


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No, no era miedo lo que sentía, era algo más, algo inexplicable. Pensar en su muerte no le angustiaba, ya estaba preparado para morir, pero saber que iba a dejar cosas importantes aquí le roía por dentro. La cabeza le iba a estallar imaginando el final de su vida, sin todas las posibilidades de conocer lo único bueno que había sembrado en el vientre de su novia. Sí, su primer hijo, el primogénito que tanto buscaba y que ahora en su lecho de muerte, desgraciadamente por una rara enfermedad en su sangre, no podía disfrutar, porque la vida es así, te golpea donde más te duele.


Alejandro cerró los ojos y siguió caminando a ciegas por el suelo cubierto de piedras, los pasos eran cada vez más pesados, se dirigía al puente ya que ese lugar significaba mucho para él. Entonces, se detuvo recordando con tristeza cada detalle que conformaba ese espacio, y sintió que una oscura cortina caía lentamente sobre su espalda. No era fácil para él digerir dos noticias en el mismo día, una que le llenaba de alegría, de esperanza y otra que le rompía el corazón destrozando sus ilusiones.

El bebé nacería pronto, en 7 meses fue lo que le dijo su novia por la mañana. Y el médico encargado de su caso le confirmó esta tarde que no se podía hacer nada, la enfermedad avanzaba muy rápido, le quedaban dos meses de vida como máximo.

— ¿Qué he hecho para merecer esto, Dios?, —susurró Alejandro, frotándose los ojos para secar sus lágrimas.

En ese intervalo de tiempo, Alejandro pensó que había penetrado en la soledad sin escrúpulos, con la sensación de estar completamente solo, pero había un hombre sentado en una pequeña pasarela a pocos metros de distancia. Este desconocido le miraba con curiosidad y escribía en su cuaderno, tenía a su lado una pequeña caja o estuche que abría y cerraba según pasaban los segundos y su mano hacía movimientos rápidos y lentos. Alejandro, sumergido en su propio infierno, permanecía allí con los ojos cerrados, como una estatua, imaginando ver un paisaje gris y triste, sintiendo que sólo era una sombra, sin cuerpo, sin nada, sólo una sombra que pronto desaparecería mientras el día pasaba.

De repente, alguien tocó los hombros de Alejandro y le hizo abrir los ojos, era un joven que le sonrió y le entregó una hoja con un dibujo a lápiz y le dio las gracias por haber roto el bloqueo que tenía durante semanas y no le permitía dibujar.

—Hola, no sé qué te pasa, pero atesora cada segundo y disfruta de quien te inspira, no pierdas el tiempo y corre, ama y deja que dure lo que haga falta.

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Dibujo y fotografía de mi autoría

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