Lujuria

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Cuando entró, la oficina no era la oficina. Cómo explicarlo, sabía que era la oficina porque podía ver en panorámico las luces de la ciudad. Sin embargo, el equipo de música encendido sonando, más las imágenes proyectadas en bucle con escenas sadomasoquistas, me despistaba.

El suelo cubierto con un manto de humo espeso, la iluminación tenue, un olor embriagante a esencia de canela. Al ver todo aquello se le hizo un nudo en la garganta, respiró profundo y tragó.

El mobiliario de oficina había desaparecido. En el fondo de la sala junto al ventanal .

Luis encadenado a su lado en cuatro patas observando con irreverencia a sus compañeros de trabajo convertidos en sumisos. Él se había ganado con esfuerzo y tesón el puesto de favorito. Un complemento perfecto.

Se encontró con la mirada transparente y arrolladora de Feli, siempre cautivadora y voraz. Conectaron desde el primer momento que se vieron aquella mañana en la que la entrevistó para el puesto de asistente administrativa. Ahora, meses después, en este lugar idílico continúan mirándose con la misma intensidad.

-Desnúdate, -le gritó con autoridad y desasosiego.

Ella lo hizo despacio, con la intención de provocar placer al destapar con sutileza cada parte de su hermoso cuerpo voluptuoso. Cuando ya no quedaba ropa, disfrutó con alevosía cada parte de su piel. Sintió degollante la presencia de Carlos, su novio, aprovechó para chillarle:

—Desnúdate y ponte de rodillas frente a Feli. Quiero que lamas con decisión y pasión cada uno de los dedos de sus pies, sube por sus piernas despacio, disfrútalas como te he visto disfrutar el chocolate. Cuando te encuentres con su dulce y jugosa fruta prohibida, cómetela con astucia e irreverencia, nuestro deseo es escucharla llegar a ese lugar donde no hay vuelta atrás.

Su siervo obediente así lo hizo. Feli abrió las piernas y se dejó llevar por la calidez y suavidad que la inundaba. Estuvieron conectadas visualmente hasta que el calor de la erupción se hizo insoportable y no tuvo más remedio que cerrar los ojos para entregarse y llegar a ese lugar donde revientan las estrellas. El corazón abierto y la espalda arqueada.

El placer por fin había llegado a la cumbre. Sus gemidos le erizaron la piel, toda la sala estaba caliente y jadeante cuando ella se estremeció. Pudo sentir en su piel el espasmo, pero no quería bajar las revoluciones, volvió a gritar:

—Túmbala en el futton y tráele agua.

Sacudió con fuerza el látigo contra el suelo y el sonido espeluznante vibró en su interior. Los sumisos, excepto la impávida Feli quien volvió a gemir, observaron la escena con temor. Los miró desafiante, sintiendo sus dos colinas endurecerse mientras sus jugos desbordantes de deseo fluían entre los pliegues de su oscura caverna exudante por el deseo.

Ahora era el turno de encontrarse en los ojos de la petulante Patricia y su ropa interior de encaje color violeta. El pelo negro suelto le cubría el pecho. Su maquillaje felino provocaba espasmos hasta al más frívolo e insensible. Torso largo, vientre liso, ombligo hundido, cintura de avispa.

Sintió a Luis ronroneando como un gato entre sus piernas. Pensó… ¿Qué hace?... es un perro faldero, no un gato. Resopló y con un gesto de enfado sintió sus lamidos en su mano, gesto suficiente para entender el mensaje. A Luis le gustaba Patricia y se la quería comer.

Acarició con su dedo índice y medio humedecido los labios de Luis. Lo incorporó hasta su cuello para quitar el collar de pinchos y la pesada cadena que usaba para transportarlo. El resto, los miraban con expectación. Dejó cadena, látigo y collar en el suelo.

—Luis, -levantó otra vez la voz-. Quítame la ropa, acércame el puff de cuero rojo y sírveme una copa de vino tinto.

Se quitó uno a uno los tacones, se puso de pie, tiró suavemente la cremallera de su espalda, y empujó con ímpetu la braga de cuero negro ajustada hasta el suelo. Fue a gatas a buscar el puff y lo arrastró con la boca hasta donde estaba. Se sentó. Mientras, él regresaba al minibar cogía una copa y servía el vino. Con voz de generala autoritaria chilló:

—Patricia, tráeme la copa.

Se levantó con solemnidad, llevaba unos tacones amarillos, buscó la copa y se la acercó. Le dijo susurrando con enfado:

—Quítate esos tacones de puta cara y ponte mirando a la pared.

Dejó la copa en el suelo, se levantó del puf para acercarse a su cuello y oler sus notas cítricas limpias y naturales. Ella se estremeció al sentirla tan cerca. Apoyó con conciencia sus colinas en su espalda. Le musitó con sarcasmo al oído:

-Espero que disfrutes de este regalo.

Cogió los tacones amarillos y se los pasó con fuerza por la espalda, con la intención de romperle la piel mientras ella jadeaba de puro placer.

—Cállate –chilló-. Eres una asquerosa. No quiero escuchar tu voz de perra gozona. Date la vuelta.

Estaba caliente, muy caliente. Temblaba sin dejar de mirarla sedienta de eso dolor difuminado en deseo.

—Vas a llegar hasta el final conmigo ¿A qué sí? Loba petulante – Volvió a chillarle.

Sudaba y jadeaba. Se giró para ver a Luis, seguía allí, junto al mini bar. Carlos y Feli con ganas de más acción. Quitó la atención de Patricia. Ya habían disfrutado suficiente las dos. Se centró en la parejita de la oficina:

—Ustedes dos ¿Qué hacen? Los quiero ver intercambiando fluidos, esto no es el cine. Aquí se vino a hacer lo que yo digo.

-Tengo meses con estos pensamientos recurrentes Padre, cada vez que entro a la oficina y veo allí a mis empleados no puedo evitar imaginarlos azotados, desnudos y vulnerables ante mi poder. Eso me excita. Por otro lado, cuando regreso a la realidad y tomo conciencia de mis valores religiosos… ¿Qué puedo hacer?

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