La mariposa


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Debe ser sábado, porque papá está en casa, pensó la niña.

Parada, tomándose de la cuerdas del corralito. Inquieta, miró como preparaba las bicicletas.

Su mamá, con el cabello recogido y camisa a lunares blancos, ordenaba el almuerzo en la cesta. Eso no le importó, total, tenía la teta. Salieron los tres, la pequeña, con el papá en el asientito y la mamá, con la canasta.

Recorrieron el camino, hasta que el sol estuvo en lo más alto, al cruzar el puente, que conducía a la isla, observó curiosa hacia abajo y vio el agua.

Al llegar a la otra orilla, atravesaron un pequeño bosque.

En un claro, colocaron una manta sobre el pasto y conversaron, temas de grandes. Ella, no entendía de esas cosas, era muy pequeña.

Reía sola, gateaba y se paraba, para volver a caer sobre sus pañales. Cortó flores y las ofreció.

–¡Dabadabada! (para tí mamá) – dijo.

Como no las tomó, se las comió.

Al caer el sol, el cielo se cubrió de mariposas, una de ellas, se posó en su pecho.

Las alas, eran grandes como sus manos y su cuerpo, como el dedo que se pone en la nariz.

La mariposa, abría y cerraba las alas con lentitud.

Levantó su mano y la tomó, para darle besos.

Se le salió un ala. Miró a su papá y le dijo:

–¡Dabadabada! (papá arreglala.)

El papá no le entendió y lloró.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado

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Ecency