La prometida fea

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—¡Vaya compadre! ¡Qué mujer tan fea…!

—No sea ofensivo. ¡Respete, que ella es mi prometida!

—¡Será su mujer…! ¿A quién engaña? En estos tiempos, eso de prometida, está pasado de moda.

—No sea tonto. La decencia es una virtud. Mal valorada, pero virtud sin discusión.

—¡No compadre…! Las mujeres, como ella, son virtuosas porque nadie las ven, ni las toman en cuenta. Al menos que la sequía sea muy prolongada. ¡Usted me entiende, no!

Estuve a punto de intervenir en aquella conversación, al no ser porque la prometida pasó caminando justo enfrente de mí. La observé con detenimiento. Sí, era fea, pero no tan fea. ¡Bueno, tal vez sí! Ella era flaca, algo desgarbada, el pelo ensortijado, con hebras gruesas hasta la media espalda, rasa como una tabla y con unos bustos diminutos, ojos saltones y la nariz de garfio en un rostro pálido y ovalado con labios finos, casi imperceptibles. No obstante, la simetría en ella era perfecta: una fealdad muy singular.

Ella me miró durante un par de segundos, como si no quisiera. Intuyo que se dio cuenta de que la analizaba.

—Cariño, ¿qué haces aquí? —saltó el novio, dándole la espalda al amigo criticón que intentaba desanimarlo y mellar su autoestima.

—Mi amor, disculpa si soy inoportuna. Vine con un recado de mi madre. Claro, si estás ocupado, regreso a casa y espero a su visita de la tarde.

Vi al amigo del novio cruzarse de brazos y levantar la ceja derecha. Sí, él le mandaba un mensaje por partida doble a espaldas del novio. Pero ella, solo sonreía, sin dejar ver la dentadura. Me pregunto, ¿cómo serán?

—Compadre, por mí no se detenga. Atienda el recado de su futura suegra.

¡Qué sarcástico!, si fuera yo, lo pondría en su puesto. Bueno, quizás me lo pensaría dos veces. No imagino estar en esa situación. Por fortuna, no tengo novia, aunque sí algunas amigas con derechos. Claro, derecho a mi billetera. El último regalo casi me arruina, pero ella era una preciosura y tenía que impresionarla a sabiendas de que haría ayuno obligado al día siguiente. Ja, ja, ja.

Los tres voltearon a verme, así que sorbí el café marrón claro y pedí la cuenta a la mesera de corta falda y piernas generosas.

El novio era como de mi edad: un mulato fornido, bien trajeado, de casi dos metros de estatura y de unos ojos verdes intensos. Seguramente el engendro de un europeo nórdico aventurero con una de mis paisanas, descendiente de uno de nosotros: los dueños milenarios de esta tierra. Su amigo, era otra cosa, un flacucho de mediana estatura, con ojos puyudos, ¡Qué desfachatez!, antes de criticar, él debería verse en el espejo. No me sorprendería que nunca hubiese conocido mujer.

—¡Mi amor, vamos!, cuéntame, ¿qué desea tu madre?

Ella volvió a observarme, sentí la intensidad de su mirada en mí.

—Cariño, ¿conoces a ese chico? Creo haberlo visto con mi hermana, la menor.

¡Qué… yo no la recuerdo! Es la primera vez que la veo. Pero un momento… sí, tiene razón. Ella se da un aire con ella, a quien pretendo hacer mi amante.

—No. Dime, ¿ese malayo se está metiendo con tu hermanita?

Es increíble cómo el azar genético actúa en una misma familia. ¿Quizás son hermanastras, producto de distintos padres o madres?

—¡No mi amor! Incluso, le regaló un anillo costoso. ¡Claro, no como el tuyo! Hoy mi madre lo espera para conocerlo, así que me pidió que te dijera que no olvides de llevar el pavo: el plato principal para el invitado de mi hermana.

¡Vaya sorpresa la mía, el mundo sí que es pequeño! Por lo que escuché de estos truhanes, mis esperanzas de conseguir mis objetivos deberá pasar por el filtro de la virtud, con un segundo anillo adosado. Ahora entiendo, lo esquivo de su conducta, las hermanas, aunque disímiles, están moldeadas bajo el mismo fuego. Me pregunto, ¿qué tan bella o fea será su madre?

Fin

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Un cuento original de @janaveda especialmente escrito para Primer Concurso Literario "Tinta Imaginaria”

Imagen de Rodger Shija en Pixabay

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.

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