Lucía siempre había soñado con viajar al espacio. Desde niña, se quedaba horas mirando las estrellas y los planetas, imaginando cómo sería explorar el universo. Por eso, cuando se enteró de que la NASA ofrecía un programa de turismo espacial, no dudó en inscribirse. Tenía los ahorros suficientes, y además, quería celebrar su reciente divorcio de una forma especial.

El día del viaje, Lucía estaba nerviosa y emocionada. Se puso el traje espacial y se dirigió a la nave, donde la esperaban otros cinco turistas y dos astronautas. Después de las instrucciones de seguridad, se sentó en su asiento y se abrochó el cinturón. La cuenta regresiva comenzó, y Lucía sintió una mezcla de miedo y alegría.

La nave despegó con un estruendo, y Lucía sintió una fuerte presión en el pecho. El ascenso fue rápido, y pronto vio cómo la Tierra se alejaba y se convertía en una esfera azul y blanca. Lucía no podía creer lo que veían sus ojos. Estaba en el espacio.

La nave orbitó alrededor de la Tierra durante unas horas, mientras los turistas disfrutaban de la vista y experimentaban la falta de gravedad. Lucía se divertía flotando por la cabina, haciendo piruetas y jugando con los objetos. Se sentía libre y feliz.

Pero entonces, algo salió mal. Una alarma sonó, y los astronautas les pidieron que volvieran a sus asientos. Lucía obedeció, pero notó que algo estaba cambiando en su cuerpo. Se sentía extraña, como si algo creciera dentro de ella.

Los astronautas les explicaron que habían detectado una anomalía en el espacio, una especie de agujero negro que los había atrapado. Estaban intentando escapar, pero no sabían si lo lograrían. Les pidieron que se mantuvieran calmados.

Lucía sintió pánico. No quería morir en el espacio. Quería volver a la Tierra, ver a su familia, a sus amigos, a su perro. Pero sobre todo, quería saber qué le estaba pasando. Se miró las manos, y vio que sus dedos se habían alargado. Sus uñas se habían convertido en garras.

Lucía gritó. Los demás turistas también estaban gritando. Todos habían sufrido una transformación similar. Sus rostros se habían deformado, sus ojos se habían agrandado y cambiado de color, sus bocas se habían llenado de colmillos. Sus cuerpos se habían cubierto de escamas o plumas o pelos, según el caso.

Lucía no entendía qué estaba pasando. ¿Era una pesadilla? ¿Una broma? ¿Un experimento? ¿Una mutación? ¿Una maldición? No tenía sentido.

Los astronautas también estaban asustados. No sabían qué había causado ese fenómeno, ni cómo revertirlo. Solo sabían que tenían que salir de ahí cuanto antes.

Pero era demasiado tarde. El agujero negro los había engullido.

Lucía cerró los ojos y esperó lo peor. Pero no sintió dolor ni oscuridad. Sintió luz.

Cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar desconocido. Era un planeta oscuro y frio, con plantas y animales extraños, pero con una hermosura sin igual. El cielo era de un rojo intenso, y un sol que se podía tocar.

Lucía miró a su alrededor, y vio que los demás turistas también estaban allí. Pero ya no eran humanos. Eran criaturas fantásticas, como salidas de un cuento de hadas. Lucía se dio cuenta de que ella también lo era.

Se tocó las alas que le habían salido en la espalda, y sintió una corriente eléctrica recorrerle el cuerpo. Se levantó del suelo, y extendió las alas. Voló y sonrió.

Había encontrado su verdadero hogar.