Escribiendo entre Poetas y Letras / La tierra mágica

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En una tierra mágica, donde las hadas danzaban entre los árboles y los duendes jugaban en la hierba, crecían unas frutas maravillosas que pocos habían podido apreciar.

De estas frutas, había de todos los colores y tamaños, algunas tan grandes como la imaginación y otras tan pequeñas como un suspiro. Pero entre todas ellas, destacaba una en particular: una que tenía la forma de un botón de flor, rodeada de setas rojas y blancas que formaban un sombrero tan grande que podía cubrir a una persona.

Un día, un hombre llamado Miguel decidió aventurarse en esa tierra en busca de la fruta. Los ancianos de su país lo habían motivado cuando contaban historias de esa tierra mágica y los posibles beneficios que se podían adquirir de la fruta. Era una leyenda que nadie creía, pero Miguel, que era un soñador, sí estaba interesado en el asunto.

A medida que se adentraba en la tierra mágica, el aire se llenaba de un dulce aroma junto con la luz solar que atravesaba las hojas de los árboles. Era una tierra fértil, llena de fresas, duraznos, moras y setas, con colores intensos que parecían la obra de algún pintor famoso.

Finalmente, encontró las setas de color rojo y blanco, las más grandes que había visto nunca. Según las historias de los ancianos, debía cortar las setas para llegar a la fruta deseada. Comenzó a cortar y, a medida que lo hacía para llegar al corazón de las mismas, todas las setas comenzaron a temblar. De repente, en el centro de todo, apareció un capullo que al abrirse reveló la presencia de un hombre sumamente pequeño, con una extensa barba blanca y un sombrero con tres puntas que parecían plumas sumergidas en un tintero.

El pequeño hombre se sintió muy agradecido porque Miguel lo había liberado de su prisión. Miguel no tenía idea de lo que hablaba y le preguntó cuál era la razón de estar encarcelado.

El hombrecito le dijo que unos malvados gigantes, enemigos de los sueños y el amor, lo habían apresado para que jamás saliera a la luz su gran creación: la poesía.

También le indicó que había estado encarcelado casi toda su vida, y que ya le quedaba poco de la misma. Entonces, como agradecimiento, le otorgaba a Miguel todo el poder de las letras y las palabras para que pudiera expresar sus sueños y sentimientos y compartirlos con la humanidad.

Miguel solo alcanzó a decir que él estaba buscando una fruta mágica que le hiciera cumplir sus sueños. El hombrecito expresó que la fruta mágica era la poesía y con ella se podían cumplir todos los sueños. Solo había que plasmarla en papel y/o exclamarla; la dulzura de esa fruta haría feliz a todos.

El hombre del capullo tocó la mano de Miguel y miles de hadas aparecieron, rodeándolos e iluminándolos. Miguel sintió de inmediato una felicidad inmensa y ganas de escribir sueños y pensamientos hermosos.

La tierra mágica se convirtió en un lugar de felicidad y alegría para Miguel, en donde criaturas hermosas andaban por doquier y los sueños se hacían realidad. Miguel vivió feliz el resto de sus días, sabiendo que había ayudado a aquel pequeño ser y con el poder adquirido pudo hacer volar la imaginación de todos, cumpliendo cada sueño con tan solo unas palabras.

Cuando finalmente murió Miguel, se convirtió en páginas infinitas de poesía donde vivió feliz para siempre.

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Contenido original, escrito exclusivamente para Escribiendo entre Poetas y Letras/ ✅Iniciativa en ESPAÑOL.

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