Emma se peinaba cuidadosamente, mientras el cuerpo sin vida de su marido yacía en la cama. Después de años de maltratos, violencia psicológica y desdicha, había decidido acabar con la vida de aquel hombre que alguna vez le prometió cuidarla y protegerla. La noche anterior, Alfred, en un deplorable estado de ebriedad, la había golpeado hasta dejarla inconsciente.

Estando muy cansada, cuando despertó supo que algo no volvería a hacer lo mismo después de ese día. Era como si una fría sensación, se apoderará de ella y la incentivará a cometer asesinato; era ella o él, pero ninguno a la vez. Emma lo sabía, si ella decidía divorciarse, Alfred la mataría.

Su esposo era oficial de la policía, así que las armas no eran extrañas en su hogar. Dolida jugó con el arma, pasando por toda la extensión de su cuerpo. Esté protestaba por los inmensos moretones que existían, pero ella estaba inmersa en un letargo nefasto del que jamás despertaría.

Toda vez que su marido se quedó dormido, decidió que acabaría con él mientras este estaba en la cama, pero, quería cometer el homicidio perfecto y zafarse de toda culpabilidad. Sin embargo, cuando eres víctima de algún tipo de violencia, tu salud mental comienza a deteriorarse y aunque Emma no estaba loca, tampoco lograba distinguir entre la realidad y lo que sus alucinaciones le hacían ver.

Le había apuntado cerca de media hora; había intentado decenas de posiciones, señalaba con la pistola la sien y le sonreía al rostro de su esposo, ¿ahora quién era el indefenso?, pero su marido de pronto se despertó y Emma sintió mucho miedo, por lo que, sin querer activó el arma y un disparo fue a dar en la frente de Alfred. Satisfecha, se halló sentada frente al chifonier, que él mismo occiso le había regalado unos años antes como regalo de recién casados.

Absorta se acicaló sin prisa y procedió a llamar a emergencias, con sorna y desprecio. Ella esperaba solícita como si nada hubiera pasado, solo una copa servida con vino la agasajaba y cuando la ambulancia llegó, ella abrió e invito a pasar a todos sus "amigos", pero cuando los hizo subir, todos se quedaron atónitos ante la escena dantesca que presenciaban.

Ella bailaba en la sala de estar, mientras el cuerpo de su marido era llevado hacia la morgue. Un joven policía se le acercó para tomarle la declaración, pero ella seguía en un frenesí danzante que no se detenía. Cuando por fin accedió a sentarse, cambio de personalidad y se derrumbó en el suelo, sollozando sin parar por su marido.

Los policías la miraban perplejos, mientras Emma se limpiaba sus lágrimas y les sonreía, todo en el mismo orden. Perdida en su mente, fue llevada hasta la comisaría, pero nunca se le pudo sacar ni una sola palabra. La infelicidad la había enloquecido, ¿Cómo pudo una muchacha tan joven terminar así?

Alfred iba camino a la biblioteca, cuando la sonrisa de una muchacha le llamo la atención. Ágil se ganó la confianza de Emma, una chica jovial proveniente de una familia acomodada. Él no tenía dinero y la familia de ella, rechazó al instante la relación. Esto marcaría profundamente a Alfred, aunque Emma le quería e hizo caso omiso a los consejos de su familia.

Los primeros meses fueron muy bonitos, pero ella no supo ver algunas señales que calificaban a su pareja como un maltratador en potencia. Sus ataques de celos, sus desplantes, su poca tolerancia y su agresividad, no hicieron más que aumentar, pero ella se conformaba con la promesa de que "algún día cambiaría".

Sus allegados le decían que lo dejara, pero cuando estás recibiendo maltrato no eres del todo consciente, hasta que es demasiado tarde. Una vez que te sumerges en una relación violenta, cada episodio empeora la agresión y la capacidad de la víctima de soportar.

Se casaron en una reunión privada, dónde solo la familia de Alfred asistió. Él dejó la universidad y se hizo un policía, ella terminó su carrera, pero se vio confinada en una casa por los constantes celos de su esposo. 3 años después, él estaba muerto y ella recluida en un sanatorio, esperando una condena que ya estaba pagando.