¿Las palabras se las lleva el viento? (Relato y reflexión)


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¿Las palabras se las lleva el viento?

Desde pequeña, Ana supo el peso que tenían las palabras en ella y para su entorno. Desde muy niña entendió que si quería algunas cosas debía utilizar las palabras adecuadas y mágicas para obtenerlas, pero también entendió que hay una energía, un influjo, detrás de cada palabra que decimos y cada palabra que recibimos. Una potencia para construir, edificar, pero también para destruir y malograr las cosas y las personas.

Cuando niña, Ana vio que cuando su madre le decía que se iba a caer, luego de verla correr, terminaba cayéndose. Tuvo la certeza que cuando era joven, si decía que iba a salir mal en un examen, al final salía mal en la prueba. Supo que de tanto decir algo, aunque fuese mentira, ella y los otros terminaban creyéndolo. Cada mensaje que cruzaba por su mente podía tener la facultad de hacerse realidad, solo por el simpLe hecho de pronunciarlo, de hacerlo palabras.

Fue así que aprendió que las palabras pueden ser un gran aliado o un terrible adversario si no las utilizamos con asertividad. Por eso nunca supo si era tan inteligente como sus padres se lo decían diariamente o de tanto que se lo dijeron, ella se lo creyó. Tampoco supo si la belleza que reflejaba en su rostro era de nacimiento o creada por las constantes reafirmaciones positivas que obtenía de su alrededor.


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Vio que tuvo la suerte de tener unos padres que con sus palabras positivas la prepararon para construir un mundo mejor, pero también vio a otros, que no tuvieron la suerte de ella y fueron “secados” desde la “semilla” cuando fueron regados con palabras negativas, de desaliento y desamor. Es triste ver que de tanto decirle a un niño que es malo o un perdedor, el niño se lo cree y se convierte, tal vez, en aquello que nunca iba a ser. Y es que las palabras tienen un aire profético.

Por eso, cuando Ana creció quiso ser maestra, porque sabía que las palabras negativas reducen el mundo y las palabras positivas nos dan energía. Y cada día, “bañó” a sus estudiantes de palabras positivas, provechosas, que hicieran que aquellos muchachos, aunque tuvieran un bombardeo en casa de palabras de rechazo, pudieran salir adelante a pesar de esas condiciones adversas.

Hay una famosa canción que dice que “las palabras son del aire y van al aire” y no. Las palabras están hechas de sentimientos, de energía, y son un arma súper poderosa. Con las palabras, eso lo hemos sentido, podemos hacer felices a las personas, pero también hacerles daño. De allí que la próxima vez que le digamos algo a alguien, recordemos que tenemos un arma en nuestras manos y que de nosotros depende utilizarla de la mejor forma.


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HASTA UN PRÓXIMO ENCUENTRO, AMIGOS

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