La cena familiar, una fachada al descubierto.

La cena familiar, una fachada al descubierto.


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Estábamos todos reunidos, sentados en completa supuesta armonía, la tensa calma podía cortarse con una débil cuchara, sin embargo las sonrisas, esas sonrisas que aparentan unión cada vez son más difíciles de hacerlas brotar ante las visitas que llegan al hogar.

Miradas culpando sin siquiera saber de qué o por qué, una palabra mal dicha y esa falsa armonía se quiebra en mil pedazo, siempre hay alguien que hace un gesto, uno que dice calma hay visitas en casa.

Comienza la dueña de casa a servir la cena con una sutil sonrisa en su boca, los ojos brillantes de supuesta emoción por esa cena que preparó durante horas, mismas horas durante las cuales escuchó que era inútil y gastadora, cada frase se clavaba en su ser mientras adobaba ese pollo que quedó cubierto de lágrimas.

La gente comiendo y saboreando mientras el patán que se hace llamar jefe de hogar y proclama la palabra de Dios en la mesa frunce el ceño y réplica lo salado que quedó ese pollo, la mujer por inercia baja la mirada asumiendo su culpa, sabe lo que viene pero tiene la calma que frente a aquellas visitas no explotara del todo, aunque al quedar solos la furia se hará presente.

La hija toma valor y abre la boca, no quedó salado, tu paladar está averiado esboza en tono de broma para calmar el ambiente, todos ríen y el patán encubierto ríe con ira, su hija lo ha humillado, una ofensa a su ser perfecto, la madre la mira asustada y la muchacha toca su pierna haciéndola sentir que no pasara nada.

Los hermanos en silencio no dicen nada, tres pequeños patanes más aprendido del padre lo que debe ser un hombre, miran asombrados a su hermana vencer el miedo y comienzan a reír ante la broma lanzada al hombre quejumbroso, las risas no paran y las miradas van directo al susodicho que ya no aguanta la rabia en su interior.

Se levanta y golpea la mesa haciendo callar a todos, ve a la hija como retandola a hacer algo, la muchacha empoderada y segura de sí misma dice, en cada familia hay un hijo que no cae bien al padre, en nuestro caso soy yo, las visitas clavan nuevamente la mirada en aquel hombre que ya no cabe en sí mismo de rencor.

Trata entonces de calmarse y bromear ante la frase antes dicha, sin embargo sus esfuerzos no dan frutos y queda al descubierto, el mal humor de aquel hombre que fuera del hogar se jactaba de ser perfecto, de ser ejemplo de unión familiar y amor, su mal carácter quedó evidenciado por su propia hija que se aburrió de malos tratos, de aquella débil muchacha que superó temores y por amor hacia su madre sacó el valor que llevaba dentro y dijo basta, basta de humillación.


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