En estos días estaba casualmente reflexionando acerca del hecho de ser mujer, de las bendiciones que tenemos por solo el hecho de ser mujer y también de todos los cambios que vamos experimentando a lo largo de nuestras vidas. De lo perfectas que somos, al igual que los hombres, pero con la condición de que somos las encargadas de dar vida y, a la vez de estar capacitadas naturalmente, para poder alimentar a nuestros bebes.

Esas características en sí ya son un milagro. Tanto así que, por mucho que la medicina y la ciencia hayan adelantado, no han podido "reproducir" tan grandiosa maquinaria humana. Siempre se va a necesitar de una mujer para albergar y producir un embrión humano. Quizás más adelante logren hacerlo, acercarse algo a esa perfección, pero nunca a su origen natural, eso es indudable. Es por ello que me siento agradecida con Dios por haberme hecho mujer, aparte de otras razones personales que me acompañan.

Como el poder apreciar, los más delicados sentimientos, esa es una habilidad muy femenina; como por ejemplo el sostener a nuestros recién nacidos con esa ternura innata que tenemos en nuestro ADN, como el saber apreciar un lindo amanecer o atardecer con una nostalgia o alegría según nuestras hormonas nos guíen ja, ja, ja. ¡Oh, hablar de las hormonas femeninas! Esa es otra característica que nos hace ser tan especiales, tanto física como emocionalmente; para mí es como la "carga" que nos activa a ser tan diferentes a los hombres en muchos aspectos.

Esos cambios de humor, que confunde tanto a los hombres ja, ja, ja, pero que también los atraes como abejas a la miel, somos una mezcla muy efervescente, pero que hacemos la diferencia en este convulsionado mundo, poniéndole su tono de color, su nota de amor que cobija desde los más pequeños hasta los más grandes, complementamos la vida literalmente, por eso y más, siempre pienso que Dios hizo la perfecta combinación, con nosotras y los hombres, Él todo lo hace perfecto, de eso no hay dudas.