En un momento oscuro de mi vida, mis creencias en la magia de la navidad, en el amor estaban en cero. Me había convertido en un ser materialista y vacío.

Todo eso cambio cuando frente a mí se presentó un milagro en forma de mujer.

Les narraré mi historia, pero lo haré a través de un cuento de navidad que acabo de escribir:

La Bicicleta Montañera.

Leonardo tenía cinco años cuando escribió su primera carta a Santa Claus. Le pidió una bicicleta montañera, su sueño más grande. Se portó bien todo el año, esperando que Santa le cumpliera su deseo. Pero cuando llegó la noche buena, se llevó una gran decepción. Cerca del árbol de navidad, no estaba ninguna bicicleta. Solo había un tren eléctrico, que no le gustaba nada.

Leonardo no se dio por vencido. Al año siguiente, volvió a escribir la misma carta, pensando que quizás Santa se había equivocado. Pero el resultado fue el mismo. En lugar de la bicicleta, recibió una guitarra, que tampoco le interesaba.

Leonardo empezó a dudar de la existencia de Santa.

Leonardo siguió escribiendo cartas, cada vez con menos ilusión. Cada año, recibía un regalo diferente, pero nunca el que él esperaba. Un videojuego, un balón, un reloj. Todos eran buenos regalos, pero ninguno era lo que él anhelaba.

Leonardo se fue convirtiendo en un niño triste y desconfiado. Dejó de creer en la navidad, en Santa. Se volvió un joven amargado y solitario, que solo pensaba en trabajar y ganar dinero. No le gustaba celebrar ni compartir con nadie. La navidad le parecía una farsa, una excusa para gastar y consumir.

Así pasaron los años, tantos que superó los 50. Ya a los 60 años, Leonardo conoció a Marisela. Ella era una administradora de empresas, alegre y generosa, que era voluntaria en una beneficencia. Él se enamoró de ella al instante, pero no sabía cómo acercarse. Un día, se enteró de que la agrupación estaba organizando una fiesta de navidad para los niños, y que necesitaban donaciones y ayuda. Leonardo vio la oportunidad de impresionar a Marisela y se ofreció a colaborar.

El día de la fiesta, llegó al salón con un montón de regalos que había comprado con su dinero. Pensó que así haría felices a los niños y a Marisela. Sin embargo, al entrar al salón, se quedó sorprendido al ver que no había ningún árbol de navidad, ni luces, ni adornos. Solo había una mesa con una torta negra, vasos y platos. Los niños estaban sentados en el suelo, cantando villancicos y escuchando la historia del nacimiento de Jesús, que les contaba Marisela.

Leonardo se sintió fuera de lugar. No entendía cómo podían celebrar la navidad sin nada material. Se acercó a Marisela y le preguntó por qué no tenían árbol ni regalos. Ella le respondió con una sonrisa que no los necesitaban, que solo tenían el mejor regalo de todos: el amor de Dios.

Leonardo se quedó sin palabras. Nunca había escuchado hablar de Dios de esa manera. Desde hacía tiempo había dejado de pensar en un Dios bueno, su concepto era que la religión era algo aburrido y sin sentido, que solo servía para controlar a la gente. Pero al ver la expresión de Marisela, la luz en sus ojos, la alegría en su rostro, sintió algo indescriptible, algo que los demás mortales llamamos: curiosidad.

Leonardo le pidió que le contara más sobre Jesús, sobre la navidad. Ella aceptó con gusto, y le invitó a sentarse con ellos. Le contó la historia más bella que jamás había escuchado, la historia del amor de Dios por la humanidad, la del nacimiento de su hijo, la historia del verdadero sentido de la navidad.

Leonardo escuchó con atención. Mientras lo hacía, sintió que su corazón se abría, su mente se iluminaba, su espíritu se elevaba. Sintió que algo nuevo nacía en él: la fe.

Esa noche, Leonardo descubrió el verdadero significado de la navidad. Descubrió que no se trataba de pedir, sino de agradecer, que el regalo que siempre había querido, la bicicleta, no era nada comparado con el regalo que acababa de recibir: el amor de Dios, el amor de Marisela, la magia de la navidad.

¡Feliz Navidad!