Concurso de literatura La Abeja Obrera, edición núm. 11 | La vida es una maestra

¡Hola y buen día a todos! Les comparto mi entrada a la onceeava edición del Concurso de Literatura La Abeja Obrera, cuyas bases pueden leerlas aquí.

¡Feliz lectura!

image.png
Fuente de la imagen: Pexels

Me miro en el espejo. Contemplo mi cuerpo de cabo a rabo. Mi cuerpo es delgado, quizás con un ligero rastro de grasa en las piernas y caderas; mi cabello tiene frizz, pero lo soluciono con un poco de crema moldeadora; mis ojos siguen teniendo el mismo color de siempre, aunque ya un poco atacados por la miopía.

Me vuelvo hacia la cama; encima de ésta hay una blusa blanca con franjas azules y un pantalón azul marino. A un lado de la cama estaban mis zapatos tipo ballerina con un tacón bajo y grueso. Lo primero que se me cruza en la mente cuando veo el conjunto es mi nula comprensión sobre la superficialidad de la gente.

Muchos se sorprenderían si supieran la clase de trato que he recibido en mis últimos empleos como secretaria. De hecho, podría decir que lo vincularían con la ropa que vestía Betty La Fea, y eso que mi forma de vestir no se debía a la exagerada sobreprotección familiar que tuvo el personaje en sus inicios, sino a tratar de evadir situaciones indeseables con cada uno de mis jefes.

Verán, mis últimos jefes tenían dos cosas en común: una novia celosa y el negro historial de haberse liado con la mitad de las mujeres que trabajaban en la empresa.

Y de todo eso me he enteraba con solo hacerme amiga de las más chismosas.

Ahora, yo no estaba dispuesta a ser una más de la lista, mucho menos enemistarme con sus parejas sentimentales. He visto cómo terminaban todas aquellas mujeres que dormían con los jefes. Lo he visto con mi propia madre, quien fue amante de su jefe por un año a cambio de un aumento del mísero sueldo que recibía como secretaria, un aumento que nunca llegó... Y en cambio obtuvo una bofetada por parte de la esposa del sujeto.

Y yo.

Sí, prácticamente esa era la razón principal por la cual me decidí vestirme como Betty La Fea: Para no acabar como mi madre y muchas otras mujeres.

Aclaro que no me porté como Betty en el sentido de no defenderme de los malos tratos que recibía por parte de varios compañeros de trabajo. Por el contrario, me divierte respondiéndole a la gente de manera mordaz con ciertas sugerencias a sus propias vidas en cada ocasión que inventaban cosas sobre mí, sin importarme si era mi jefe, mi superior inmediato o mi subalterno. Siempre se quedaban en silencio y no volvían a meterse conmigo, pues sabían de lo que yo era capaz con solo abrir la boca.

No me tiembla la mano en hacerlo si la ocasión lo amerita y si la persona merece un escarmiento duro.

Si hay algo que la vida me ha enseñado desde pequeña es que hay que tener dignidad por encima de cualquier cosa, sobre todo por encima del dinero.

¿De qué me sirve la dignidad si voy a permitir que otros me traten como a un perro sarnoso en mi lugar de trabajo?, ¿de qué me sirve la dignidad si permito a otros utilizarme a su antojo?, ¿de qué me sirve la dignidad si permito que otros menosprecien mi trabajo?

Si me vas a pagar una mierda por un trabajo que lleva tiempo y esfuerzo, mejor hazlo tú mismo y te ahorras los centavos; así te darías cuenta del esfuerzo de otros. Si no te simpatizo como persona, por lo menos ten la amabilidad de tratarme con respeto; no cuesta nada con ser profesional. Si buscas hacerme daño, no llores ni patalees ante las consecuencias de tus acciones; es parte de la vida asumir los efectos de nuestras acciones.

En resumidas cuentas, la vida es una maestra despiadada pero sabia. Eso solo lo comprendes cuando creces, cuando aprendes a tener dignidad y a valorarte como persona.

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
10 Comments
Ecency