[ESP-ENG] LÁGRIMAS DE LA TORMENTA

Cuando Yuhanna murió, todo el mundo de Eldar se oscureció. Las nubes argentinas se arroparon de colores grises y lloraron. Las lágrimas cayeron sobre las flores tristes que se cerraron. El agua bañó el pasto azul que se desteñía con cada gota, dejando solo un paso de grises caminos crujientes.

Fue una noche devastadora para Isuul, y las hadas ya no cantaron más. Hubo un concierto de lamentos que llamó hasta el sol aunque no era su momento, y vinieron de varias partes; astros de planetas indecibles, a ver el cuerpo de la única transformarse.

Yuhanna nunca abandonó la Tierra, a pesar de que no era su deber. Plantó una semilla en el corazón de las montañas hace eones y dejó palabras incipientes florecer. De ahí nacieron las plantas, después vino la gente «Tent»; los primeros árboles que caminaron. Todos se extinguieron excepto Marcial, quién fue el único que resistió las edades.

Los hombres abandonaron el poderío de las ciudades, sus organizaciones e ideales, y se fueron al cosmos, a recrear lo poco que quedaba de ellos. Fue así como Yuhanna resurgió de entre las rocas inertes y colocó el mismo principio inicial de la vida.

Los animales no se acercaban, abandonaron el contacto con los mágicos. Balanzas de tiempo se colocaban entre los límites de un mundo y otro, y fue por primera vez en milenios, que la Tierra no había sido lastimada, y hubo paz.

Pero jamás hubo un dolor como el que todos sentimos. El clima y su conciencia explotó y todas las criaturas se ocultaron, pues temían lo que la tempestad tejía. El cuerpo de Yuhanna se mezcló con la hiedra gris, sus labios comenzaron a convertirse en rocas. Sus colosales cabellos se deslizaron sobre su cabeza como el agua, y se distribuyeron hacia diferentes puntos de la funesta región.

Marcial observó de nuevo su cuerpo, y dijo unas palabras que solo podían ser comprendidas por las hojas. La lluvia también hablaba otro lenguaje, advertía a todos la llegada de una destructiva tormenta, y esto era debido a que las nubes tenían mucho dolor, y no aguantaban la muerte de la madre de todas las flores.

Y nadie quiso huir, aún sabiendo el peligro. Todos se quedaron inertes, mientras veían cómo nacían las nuevas montañas. La tierra temblaba, los astros se estremecían, la luna no se pronunciaba y el sol estaba ahí, a unos kilómetros de distancia, mientras la tormenta llegaba.

Todos se sorprendieron, y se quedaron tranquilos por largo rato, pues no sintieron esa fuerza destructiva a la que temían. Y se tranquilizaron, miraron al cielo y entristecidos comenzaron a entender el lenguaje de la tormenta. No era ira lo que percibían, era tristeza; pues la tempestad también lloraba.