SE ACABÓ EL DESAYUNO

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SE ACABÓ EL DESAYUNO



     Este fin de semana me encontré a Teresio de la Porra. Lo vi enjuto, muy desmejorado.
     He prescindido de los desayunos, me dijo al darse cuenta de que yo observaba con detenimiento su cuerpo cuya flaqueza me sorprendía. Y de inmediato tomó por el mango la sartén de la conversación y me soltó una perorata tratando de justificar los efectos producidos por el pesebre demasiado alto que le estaban poniendo las circunstancias económicas.
     Hasta hace poco me desayunaba religiosamente con un par de huevitos de gallina y una arepa embadurnada de mantequilla, comenzó diciendo; pero ya no. Ya ni se consiguen huevos ni se tiene con qué comprar la harina para las arepas.
     Quedó para la historia los momentos grandiosos cuando cualquier pobre de por ahí podía zumbarse al coleto una tortilla para saludar la mañana y desentumecer el estómago después de largas horas de sueño y de descanso. Una tortilla estaba a la mano de cualquiera y podíamos verla como lo que era: una tortilla, una cosa ahí compuesta por un par de huevos zumbados en aceite y aderezados con algún pedazo de tomate y de cebolla. Ahora no. Una tortilla, en estos momentos, se ha convertido en una obra de arte lejana e inalcanzable. Como un espejismo, como algo impreciso en las penumbras del recuerdo. Esta situación ha hecho que el común de nosotros haya llegado al convencimiento de que desayunar es un acto vergonzoso, el más vergonzoso de todos los actos de sobrevivencia. Pero miren dónde hemos ido a parar. Desayunar ahora es arte del bueno, arte puro, derroche de imaginación, es decir, fantasía de la más sutil y compleja, porque de materia, nanay.
     Nadie hubiera imaginado, hace algunos años, que no podríamos superar las horribles malas costumbres que nos habían transmitido las clases burguesas llenas de bastardías y actitudes insólitas desde el punto de vista de nuestra condición humana. Porque ¿qué es eso de querérnosla echar de más que los otros pueblos? ¿Qué es eso de querer estar desayunando todos los días como si fuésemos cerdos? No. Se acabó. Ya no queremos saber más de aquellas prácticas cargadas de vergüenza donde un pobre cualquiera invitaba a otro ídem a que desayunara con él. Qué horrible era antes oír a alguien decir:
     ─Ven mañana a desayunar en mi casa.
     ─¿Sí? Gracias, y qué hay.
     Y el pobre, que era pobre, pero que la comida no le faltaba, con cierta vergüenza, porque nadie se resigna a ser pobre, le respondía con un dejo de humildad:
     —Alguna cosita con arepa y crema.
     Pero eso de “cosita” era un decir, porque en la mesa de un pobre de entonces, una cosita significaba unas tajadas de plátano maduro con ese color y sabor a miel que solían tener nuestras tajadas de entonces, acompañadas con unos chorizos cuyo color rosado decía mucho a favor de la salud del cerdo del cual provenían; algún que otro huevo estéril de gallina enjaulada distante por completo de las coccidias y otras bestezuelas tan comunes en los chiqueros; una mantequilla tan suavecita que parecía una crema embellecedora para señoritas pálidas; unos quesitos de mano, blancos e impolutos, nadando con desgano para no ahogarse en la crema de su propia leche; y, finalmente, unas caraoticas refritas, al lado de la blanca arepa, como simbolizando la unión de nuestras razas, de nuestro pueblo que entonces convivía como hermanos y que ni por aquí le pasaba la perversa idea de matarse los unos contra los otros.
     Teresio de la Porra hizo una pequeña pausa, me miró como tratando de penetrar con su aguda intuición mi cerebro para descodificar el efecto que sus palabras me habían causado y de inmediato me preguntó:
     ─¿Me invitaría usted a desayunar mañana?
     Yo quedé como fulminado por aquella petición tan comprometedora viniendo de un personaje tan admirado por mí, pero sinceridad obliga y no tuve más remedio que responderle con toda franqueza:
     ─Si tuviera unos huevitos lo invitaría con mucho gusto; pero no tengo manteca y el gas no se halló más.


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Dibujo y texto de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus lecturas

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