Muy cerca de la villa de San Agustín, había un pequeño poblado rodeado por dos grandes lagos e imponentes montañas, enfrente de la iglesia vivía una hermosa joven llamada Laura que todos los días veía a uno de los jóvenes padres cuando salía a fumar por el jardín de la iglesia. En silencio siempre había estado enamorada de él, pero sabiendo que él había profesado, se resignó con solo verlo desde al balcón de su casa.
La tristeza la fue invadiendo hasta que un día aceptó su destino. Al ver al amor de su vida vestido de negro, se imaginaba que se trataba de un caballero que iba a la guerra vestido en su armadura de la fe.
Pasaron los años, en la frente de Laura se empezaron a ver las primeras arrugas, recordaba como poco a por su amado había ganado batalla tras batalla por mantener la construcción de la iglesia, su gran caballero se llenaba de gloria en la lucha contra el pecado. En muy pocos años había logrado ser párroco y gozaba de tanto aprecio de los feligreses que posiblemente pronto llegaría a ser cardenal.
Laura estaba muy feliz, besaba las manos de su amado con gran devoción y a diario rezaba porque lograra todo lo que él quisiera. La vida es así, a veces las oraciones de una ferviente feligrés son escuchadas.
El día llegó en que le fue ofrecido el cargo de obispo auxiliar, pues uno de los obispos estaba por retirarse por la edad, sin embrago él no lo acepto, pues ya había solicitado retirarse de la iglesia para casarse con el amor de su vida. Dos meses mas tarde llegó el permiso del Vaticano.
Al fin Verónica y Martín recibían la bendición como marido y mujer
-¿Quién sabe que ángel intercedería por nosotros para poder estar junto- dijo Verónica cubierta con lágrimas.
Mientras tanto Laura, mirando desde el balcón veía como su amado salía de la iglesia vestido de novio con su esposa de la mano. Se imaginaba que era un caballero que lucharía contra la injusticia en su armadura de abogado…
Nota
Historia corta y Fotografía
Esta historia es ficticia, de mi propia autoría.