Dulcinea caída de la mata
Con pena y antipatía, la muchacha le dijo que se había equivocado, que ella se llamaba Yuridia y que había ido a la biblioteca a acompañar a su hermano, que lo de ella no eran los libros por eso no sabía de qué estaba hablando. El joven, enternecido, le dijo casi llorando: “Oh, fermosa mía, por ti tengo el corazón llagado, en mis sueños te he buscado y mira dónde te he encontrado. Dulcinea del Toboso, señora mía, es El Caballero de la triste figura el que te está hablando”.
Con los ojos bien abiertos y muy desorbitados, la muchacha miró al joven de arriba abajo, luego de unos minutos que parecieron años, le dijo al muchacho en un tono muy malcriado: “Creo que tú me estás confundiendo y te estás equivocando. Yo no soy tu Dulcinea ni nada de lo que te estás imaginando. Yo ya tengo un novio que tiene dinero y carro, y por lo visto tú ni dinero tienes para brindarme un trago”.
El pobre muchacho que no sabía cómo explicarlo, le dijo a la muchacha que su amor era literario. Ella con un puchero, le dijo que si estaba interesado, que primero se comprara un buen carro y que después podrían hablarlo. Con el corazón roto, el pobre muchacho, vio que el amor de Dulcinea era muy falso. En eso vio a su amigo, el gordo, y pensó mientras iba caminando: “Ya que no tengo a Dulcinea, por lo menos tengo a Sancho”.