Querido diario:

Hoy desperté con el peso de la vida en los hombros. Agotada, con ganas de no salir de la cama. Con ganas de ya no existir.

Es que el destino no ha sido nada amable conmigo. Desde muy joven he padecido una dolorosa enfermedad que me perturba. Cada día me despierto, me pongo la armadura y me levanto a luchar por la vida. Esa vida que hoy me pesa y me duele.

Con esas cortas líneas que queja y de lamento con mi diario, el único que registra mis pensamientos y experiencia del día día de una forma más fiel incluso que mi propia memoria, inició mi día. Un día lluvioso, triste y desanimado.

Me levanté a la ventana, me trajeron una taza de chocolate caliente en mi taza favorita. Esa taza blanca con flores que me hacian sentir como una gran señora a la hora del té.

Mientras me tomaba mi chocolate, recordé esa conversación que tuvimos la tía abuela y yo, me preguntó si había visto el funeral de Rosita Fornet, le dije que sí, con la intensión de seguirle la corriente y que me dejara tranquila y ella continuó diciéndome que quería su féretro igual al de la difunta Rosita. Aquello me sorprendió mucho, pues la tía abuela no tiene ningún padecimiento y se veía muy bien. Vieja pero saludable.

Me detuve a pensar en las personas. En la vida y en la muerte. En el corto tiempo que dura el viaje por la vida. Y la forma más curiosa en que unos planifican la muerte, como la tía abuela pensando en su féretro, y como otros planifican la vida, como la hija de la vecina que esta organizando el nacimiento de su bebé.

Estaba perdida en mis pensamientos cuando veo una pequeña abeja. Tiene su colmena en el árbol del parque de la esquina y le encanta venir a mi jardín por flores. Tan pequeña, tan laboriosa.

La pequeña abeja viene hasta a mi casa, para ella debe ser una gran distancia, recolecta el polen y llega a su colmena cansada y sigue en su proceso de trabajo para alimentar a su familia. También debe enfrentar tantos peligros, empezando por nosotros los humanos que vemos una pequeña abeja y queremos matarla, como si este pequeño insecto no fuese tan esencial para la vida.

Suspiré y me llene de paz. Me di cuenta que todos somos importantes y que una misión tenemos en la vida.

Me levanté, dejé los lamentos y la autolastima con la pijama sobre la cama. Me puse una sonrisa en los labios y rompí la página del diario que acababa de escribir. Empecé de nuevo mi día y esta vez con el pie derecho con ganas de vivir, de admirar las pequeñas cosas que hacen que vivir valga la pena. Definitivamente empecé el día con ganas de celebrar la vida e imitar a mi amiga la abejita.

Esta es mi entrada al Concurso de literatura La Abeja Obrera. Edición Nro. 11 invito a participar a @tere.alv.