Truena la atmósfera y los brillos destellan sembrando temores durante los ritos de una tribu, existe la magia.
La tierra prometida está inquieta. Entre la multitud de guayucos, una larga tormenta arremete durante meses contra las pieles pardas y mulatas.
Dos almas contienden en el cielo y debajo de ellos se inunda la isla de Guanahaní.
Inició la tragedia de 1492. La diáspora del agua no da tregua, ni tampoco los alaridos que, entre humos y sangres, se mezclan en vasijas como una ofrenda para que algún Dios finiquite, al vendaval.
En la tierra blandecida y pantanosa, el rey de aquella selva, llamado Noloc, intenta detener al aluvión para salvar a su cofradía. Todos los días realiza algún sacrificio para los omnipotentes que se disputan el cielo.
El exceso de rocíos ha desbordado a los ríos y mares, el suelo siempre está barroso, se han muerto las cosechas, los rebaños enferman y también se extinguen. Cada día mueren indígenas, la mayoría son niños y ancianos..., parten las arrugas recién nacidas y las que ya tienen excesos de tiempo.
El presente se está diluyendo...
Noloc, un fornido hombre de 41 años, se desespera conforme el nivel del agua consume al poblado de su amada gente. El parásito del terror contagió a todos los apodados indios.
Cada vez que aparece escuetamente el sol, Noloc habla en nombre de su aldea. Además, les brinda diferentes dádivas a las entidades. El primer día sacrificaron al rinoceronte más longevo para el degustar de las deidades, pero no funcionó. Ofrendaron 100 pieles de leopardo y la tempestad no se frenó. 230 ojos de serpientes, anacondas y cascabeles, mas la borrasca seguía intacta. Ni las manos de gorilas detuvieron a la tormenta.
Durante la noche turbia, cuando la única luz que emana la luna aclara un poco, el espeso negro se sobrecarga con el azul transparente que no deja de precipitarse. Noloc comienza a reclamarle a la desmedida lluvia. Está parado sobre la montaña más alta y rocosa.
—¿Verán morir a toda nuestra raza sin apiadarse de nadie? ¡¿Díganme qué quieren?! Acá hay personas buenas, inocentes y excelentes trabajadores. ¿Por qué nos esclavizan?
Los altísimos escuchan la rabia ofuscaba en el monólogo de Noloc, mas el contrapunteo del dueto en el paraíso ocurre ininterrumpidamente, mientras la desesperanza le terminaba de rellenar la piel carbonizada al piache.
Ante un cielo desbordado de sus pedazos, Noloc se rinde. Comenzó a llorar y a hablar desde el alma, dejando ver su sincera altruista bondad por su descendencia. Era el mejor ejemplo del amor verdadero. Era humano aquel humano.
—No me queda otra alternativa, no quise llegar a esto. Les entrego mi vida, la de mi niña, la de mi santa esposa María y de la mi pinto hijo, Cristóbal. Llévate toda mi fortuna, acá hay mucho oro y piedras preciosas, pero terminen con esto. Dale un giro a nuestra historia y permitan que mañana salga el sol y el mar nos traiga un porvenir distinto.
Fue el amanecer con más rayos y centellas, la lluvia menguaba entre su calma y su desdén. Los habitantes podían ver la contienda que había en el firmamento y cómo la electricidad brotaba fuegos que chocaban contra los arboles y causaban incendios. La jornada fue terrorífica.
A las seis de la mañana dejó de llover. El sol elevó su naranja sobre el reino celestial. El suelo estaba seco. El maíz, arroz trigo, café, y también los frutos, habían florecido. El oro y los diamantes se encontraban regados por todo el lugar. El pueblo era libre de su tormenta, pero no de su tormento.
Durante aquel hermoso día, la única tragedia fue que nadie supo nunca más nada sobre Noloc, su esposa y sus dos niños. Terminó el viaje.
Los aldeanos estuvieron horas esperándolos frente al mar, hasta que alguien, desde la tierra firme divisó algo en el horizonte y gritó.
—¡Veo tres carabelas!
La tierra del olvido no tiene claros ganadores en la batalla que aún se libra en la gloria. A veces, el cielo y el mar se revuelven y la naturaleza desata al Diablo y a Dios, quienes siguen en su eterna disputa por el nuevo mundo.
La presente historia es mi participación en el Concurso Literario Tinta Imaginaria propuesto por la comunidad de @hivecuba @godfish @soloescribe La Colmena
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Imagen de Brigitte Werner en Pixabay