En aquella época, cuando vivía Mamacuri, un misionero viajó a aquel lugar donde el Orinoco desemboca en el mar. Ahí lo conoció, donde apunto de ser víctima de una pantera parda, una flecha cruzó en el aire para dar con aquella bestia y salvar al hombre de fé. Se trataba de un Cacique y Piache, amigo de Queipa, otro Cacique, a quien se le destacaban grandes habilidades sobrenaturales.
Fue llevado a su tribu, la cuál conoció de cerca y pudo notar que Mamacuri no solo era un hábil cazador, sino también tenía la capacidad de domesticar a los animales salvajes. El aborigen era respetado por todos los demás, manejaba el arco y la flecha, así como la jabalina, la cual utilizaba para la pesca.
Principalmente, Mamacuri era seguido por un Papagayo (una especie de loro), muy parecido a Guacamayo quien también los domesticaba; y un morrocoy, quienes lo acompañaban en sus caminos por la selva. Incluso se podían ver distintas aves y conejos realizar trucos poco usuales, que Mamacuri les había enseñado.
En su espalda, llevaba como trofeo, la piel de algún felino o bestia que hubiese vencido, por lo que solía variar su vestimenta, ya que eran muchos los trofeos que este había logrado. El misionero llegó a evidenciar como los animales, ante su mirada, se volvían sumisos.
La leyenda cuenta que esto ocurrió como resultado de una disputa entre el cacique Queipa y Guaratari. Queipa había realizado una alianza con los españoles, en la que estaba relacionada su hija Tibaire, una nativa de los Jirajara. Guaratari, quien deseaba a la hija de Queipa envió al piache Tiznado para que este consiguiera a Tibaire para él, en petición a Queipa, pero este se negó. Esto terminó de enfurecer a Guaratari.
Queipa pide ayuda de Mamacuri, para enfrentar la ira del Gran Cacique, y este buscó intervenir entre ambos, pero lo único que logró fue conseguir la burla y el desprecio de Guaratari. Aquello enfureció a Mamacuri, quien decidió enfrentarse al Gran Cacique, junto a Queipa.
En respuesta, Guaratari decidió cazarlo. Mamacuri fue seguido y capturado, ante el poderío de aquel líder nativo. En castigo, fue amarrado en medio de la selva a un árbol, donde se le dejó para que las bestias que él había cazado le dieran muerte. Al tiempo, apenas quedó rastro de la existencia de aquel poderoso nativo, que murió humillado, producto de su orgullo.