Hashking shaggi

El pequeño Shaggi dibujaba figuras en la tierra con una rama para matar el aburrimiento. Como hijo único de una familia de agricultores, se pasaba el día jugando sólo por el campo. El pueblo era muy pequeño y no había niños de su edad. A veces, se iba detrás de los mayores imitando sus proezas, pero solían escabullirse para no tener que cargar con el mocoso. Le gustaba subirse con su padre al tractor, esos días eran buenos; sino, buscaba caracoles bajo los troncos húmedos, y hacía carreras con ellos. Su madre le echaba la bronca cuando lo veía buscarlos porque siempre acababa ortigado, pero a él le daba igual, se había acostumbrado. 

Un día, buscando caracoles, se encontró con una pequeña planta. Le llamó la atención porque era diferente a las demás, parecía pequeña y sola como él. No era especialmente bonita, no tenía flores perfumadas ni hojas de colores, pero al ver que no había ninguna como ella cerca, pensó que se aburriría mucho sola y el pequeñajo sintió pena. "No te preocupes plantita, no te dejaré aquí tirada, voy a por mi pala y te vienes conmigo". 

Si había algo de lo que sabía el pequeñajo, era de agricultura, así que no le costó mucho hacerse con la mata y trasplantarla a la maceta "más preciosa" que había encontrado. Dio muchas vueltas pensando donde meterla. Quería ponerla en su habitación, pero su madre se enfadaba cada vez que metía cosas en casa, y si la escondía en el armario o bajo la cama no le daría la luz. Al final encontró un sitio apartado junto al granero, donde nadie molestaría a su plantita. "Mmmm...te llamaré Hash ¿te gusta ese nombre? ¿y el sitio? ¿a que es el sitio más precioso del mundo? vendré todos los días para hablar contigo, ya no estarás aburrida nunca más, te lo prometo". 

El mocoso iba día sí y día también a su escondite para cuidar a su amiga. Le hablaba, le cantaba, incluso le había puesto una bufandita una noche que había refrescado. La mata se estaba poniendo grande y fuerte, y Shaggi cada día estaba más orgulloso de ella. 

Lo que pasó aquel día prefiero no recordarlo. Cuántas lágrimas derramadas, cuántos gritos y berrinches... Empezó como un día cualquiera, el niño había cogido uno de sus cuentos favoritos y se había ido corriendo detrás del granero a leérselo a Hash. Sabía que también era uno de los que más le gustaba ¿Cómo habría podido ser su mejor amiga sino? Tan concentrado estaba en las letras, que no escuchó el llamado de su madre, ni vio su sombra cernirse sobre él. En su corta edad había muchas cosas que no entendía, pero había algo que tenía muy claro: ninguna planta podía ser mala, y mucho menos esa con la que tantas cosas había pasado. Se colgó de la pierna de su madre mientras veía como la desenterraba. Suplicó. Prometió portarse bien durante veinte años seguidos y no pedirle nada a los reyes nunca más. De nada sirvieron sus súplicas. Tiró de la planta en un vano intento de rescatarla, pero lo único que consiguió fue ser arrastrado junto con ella. 

Ni si quiera lo dejaron ver la hoguera, aunque el intenso perfume caló hasta el último rincón. "Ya sabía yo que eras especial Hash, si hubieses tenido flores de colores seguro que mi madre no te habría quemado, pero el perfume lo llevabas por dentro". 

Como todos los días se fue a su rincón. Su amiga ya no estaba, pero al menos podía jugar con el palo allí, y hablarle como todos los días. Su madre le había dicho que el abuelo estaba en el cielo, y que estuviera donde estuviera podía hablar con él que le escucharía. "Pues Hash también" - pensó, haciendo círculos   concéntricos al rededor de una hoja que había sobrevivido a la batalla. Levantó la vista, y vio que no era la única, estaba lleno de pequeños trozos de su amiga. Soltó el palo, frunció los labios, y decidido se puso a recoger todo lo que encontró, depositándolos con cuidado en el doblez de su camiseta.

Con sigilo fue a por su palita jardinera, y desapareció en el bosque que había del otro lado del río. Le gustaba mucho ese bosque, su padre siempre decía que había plantado y regado esos ciento cincuenta árboles él solito, y Shaggi le creía, su padre nunca mentía. 

Encontró un pequeño claro que le pareció muy especial, quizás fuese por el rayo de sol que incidía, como si Dios le dijese que ese era sitio correcto. Cogió la palita, enterró los restos de su amiga con todo el cuidado del mundo y le dio su último adiós. 

Pasaron años, siglos, una eternidad. El tiempo borró el recuerdo de Hash, hasta una cálida tarde de verano. Tumbado a la sombra junto a su mejor amigo, pasaban el bochorno fumándose un canuto. Lo miró, y sonrió ensimismado, recordando con ternura aquella inocencia infantil. Su amigo no tardó en pincharlo para que le contara en qué estaba pensando, y entre risas y caladas, le contó la historia de Hash, una triste plantita solitaria con la que había entablado amistad. Quizás fue cosa del canuto, pero en ese momento no había nada mejor en el mundo, que ir a enseñarle a su amigo dónde estaba enterrada Hash. Se mojaron en el río, dieron vueltas por el bosque, y tropezaron mil y una vez, pero al final encontraron el camino. 

No hizo falta enseñarle el sitio exacto, se quedaron inmóviles, con ojos y bocas abiertas frente a la enorme plantación que se había formado. Se miraron mutuamente y entre carcajadas su amigo le soltó: "ya entiendo por qué era tu mejor amiga cabrón, si yo me hubiese encontrado una planta así también hubiese sido la mía. Prepárate... ¡que nos vamos a forrar!"
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