Roberto Bolaño: el CoVid y la costumbre del horror

Uno de mis escritores favoritos

A quienes leen mis publicaciones desde hace un par de años, les extrañará enterarse de que el escritor chileno Roberto Bolaño es uno de mis escritores favoritos. Digo eso porque en ese lapso apenas he reseñado un par de sus libros, pero la verdad es que previo a eso, en otra plataforma, reseñé por lo menos una decena de sus novelas y todos sus libros de cuentos. Quizá vuelva a subir una reseña cuando los relea, pero de momento me concentraré en las dos novelas de él que me falta leer.

Descubrí a Bolaño a través de conversaciones con otros lectores y aunque tenía en mi biblioteca un ejemplar nuevo de Los detectives salvajes comprado en oferta por la única razón de que era de la colección Compactos de Editorial Anagrama, realmente entré a su mundo a través de sus cuentos (Llamadas telefónicas, Putas asesinas) y de algunas de sus novelas cortas (Estrella distante, Amuleto, Una novelita lumpen). Fue tan buena la impresión que me causó que me bebí Los detectives salvajes (lo llevé conmigo por la carretera) y releí su obra de manera cronológica, según había sido escrita. Fue en este proceso de relectura, de análisis, en el que volví a Nocturno de Chile, una novela celebrada por la crítica internacional que en mi primer encuentro me había parecido buena, pero que tras una segunda visita encontré extraordinaria. La historia, la sinopsis, la pueden buscar en internet; hoy me interesa compartirles una frase que vino a mi mente por considerarla propicia para estos tiempos. En medio de una historia bastante turbia y horrorosa, el chileno lanza:

“La costumbre distiende toda precaución, porque la rutina matiza todo horror”

Lo que me gusta de todas estas frases que les comparto y que disparan la relfexión es que autores como Vargas Llosa, Kundera, Saramago, Marías, Cortázar, el mismo Bolaño, expresan verdades evidentes, cosas que vemos, sentimos y percibimos en nuestra cotidianidad, pero lo hacen de una forma tan increíble que se convierten en el halo que ilumina lo que parece ser algo nuevo, pero que, en realidad, no lo es.

La primera vez que leí "la costumbre distiende toda precaución", pensé en aquella historia de cómo hervir una rana y en la Venezuela de los últimos años. La situación actual es tan degradante y resulta tan inconcebible para quienes no viven allí que es difícil imaginar cómo un país tan rico, tan próspero y con tantos recursos y oportunidades, acabó siendo lo que es ahora. Pero sucedió así porque fue un deterioro gradual, prolongado, espaciado en el tiempo, lo suficiente como para que las personas se acostumbraran y bajaran las defensas. Un primer apagón largo causa incomodidad, sorpresa, desetabiliza la vida diaria y genera irritación, molestia. El segundo, si no es tan largo, cuenta con el beneplácito de la duración más breve. Después del tercero, el cuarto y los siguientes, se pierde el impacto de la sorpresa y acaba convertido en algo normal, algo que no es tan malo porque han existido cosas peores. Y como el venezolano, para bien o para mal, tiene una gran capacidad de adaptación, lo tolera todo y se amolda a la nueva realidad.

Sin embargo, esa frase volvió a mí en días recientes no por el caso de Venezuela (que sigue igual, o peor) sino por la realidad actual del mundo. El año pasado, en marzo, cuando la mayoría de los países comenzaron a tomarse en serio el CoVid, todos sentimos miedo. Era algo para lo que no estábamos preparados y comenzamos a seguir un estricto protocolo de salidas, cuidados, duchas desinfectantes, lavado exhaustivo de manos, mascarillas; como sociedad, cumplimos con lo que se nos pedía porque el ángel de la muerte estaba más trabajador que nunca. Pero luego fueron pasando las semanas, los meses y nos acostumbramos al protocolo, a las cifras de fallecidos, a los reportes, a los avaces de una posible vacuna y cuando asimilamos esa nueva vida, nos relajamos. O como dice Bolaño, distendimos toda precaución. Nos cansamos de hacer todos los días lo mismo y "la rutina matiza todo horror".

No resulta igual ver a una persona sufrir un ataque de pánico o una convulsión, en medio de una plaza o en un supermercado, que verlo dentro de una clínica o un psiquiátrico. En estos últimos, resulta menos impactante porque es más común. El primer reporte que vimos en las noticias con 500 fallecidos por CoVid nos golpeó fuerte, supimos que el virus resultaba letal y aunque no tiene la tasa de mortalidad más alta, nos pareció que eran muchas las personas que morían diariamente. Un año más tarde, al ver que fallecen tres mil o cuatro mil, ya no nos impresiona, porque hubo días en que fueron diez mil, veinte mil o más; dejamos de tenerle miedo, o peor aún, dejó de parecernos un horror.

Al margen de las desacertadas políticas de sanidad establecidas por distintos países en el mundo, la sociedad, el ciudadano común (al menos en mis observaciones), en un porcentaje alto, ha dejado de cuidarse como antes, se preocupa menos por el mismo virus que lo espantaba apenas unos meses atrás, ¿se ha debilitado el virus? todo lo contrario; el tema es que se han cansado.

Fallecido en 2003, Bolaño no podía haber sabido el contexto actual en el que sus palabras se aplicarían, pero supo traducir en esa frase el accionar humano que, al acostumbrarse a lo que antes le parecía inimaginable, pierde su capacidad de asombro y con ello normaliza lo que debería sacudirnos, haciendo que bajemos nuestras defensas y, más vulnerables, nos expongamos voluntariamente ante los peligros, ¿están de acuerdo con la frase de Bolaño? ¿o piensan diferente? Los leo en los comentarios.

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