Felicidad

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La felicidad parece ser uno de los mayores intereses de la sociedad en la que vivo (2020). Hay inmensos esfuerzos dedicados a publicitar la felicidad como La Mercancía. A pesar de que se dice que la felicidad no la compra el dinero, es La Mercancía oculta latentemente en montones de otras mercancías menos ambiciosas y rocambolescas, otras mercancías con m minúscula, disponibles en los mercados, en oferta, a domicilio, disponibles en distintos colores. La vemos en los anuncios de McDonalds, Coca-cola, en libros de autoayuda, agencias de viajes, etc. A veces no es la felicidad la mercancía más relevante en un anuncio, pero sí es uno de sus corolarios, premisas o hasta remates.

A pesar de ser uno de los mayores intereses de esta sociedad, en la realidad se ve poca felicidad. Hay muchos problemas, alienaciones, catástrofes, mucha realidad. Lo que sí hay es memes, y las respectivas risas, hay montones de producciones de televisión, aunque no son exactamente sobre felicidad todas, videojuegos, hay alcohol, sexo, música. Muchos acontecimientos tangibles, particulares, que parecieran hacer felices a las personas por breves momentos.

Peros esos ínfimos momentos no son La Felicidad. La felicidad es un estado perenne del estado de ánimo del individuo, es un concepto que parece basarse en la experiencia humana de estar felices, al menos por el tiempo necesario como para ser autoconscientes de ello tal que se pueda integrar esa experiencia de la felicidad en un registro de narrativa de nuestras vidas. La vida narrada es la vida vivida, en nuestro socius. Nuestra consciencia ha sido canalizada para validarse en el acto de narrarnos.

Esa preocupación o afán por "ser felices" implica que dudamos constantemente de que realmente lo somos o lo hemos experimentado; y parece que es muy preocupante morir sin haber llegado a experimentarla. Es un fantasma que todos estamos buscando. Morir sin haber sido felices parece ser de las peores condenas, sólo compensable por la promesa de la vida eterna en el cielo. Aparece la felicidad en los discursos imperantes, en las narrativas individuales y colectivas que nos contamos entre nosotros a través de varios canales de comunicación; últimamente a través de las redes sociales en internet.

Pero su existencia como fantasma, como fantasia psicológica, habita en discursos idealistas. Si vemos discursos serios, realistas, estoicos, formales, veremos que la felicidad como estado perenne se convierte en la fantasía pueril que realmente es y termina siendo ignorada o minimizada. Dudo que profesionales pongan en sus currícula vitae que su mayor propósito es hallar la felicidad, como también nadie vende realmente felicidad como mercancía. A la hora de la hora es sólo una gaseosa, una hamburguesa, es sólo un libro con consejos estoicos o espirituales, es sólo un trabajo, es sólo capital que sirve para comprar muchas cosas físicas, o era sólo un buen trip. Ya hablando fuera de pajas, no era la felicidad tras lo que ibamos. Y ya lo sabíamos.

Como con toda metafísica, es imposible saber a partir de este hilo de razonamientos y narrativas si la felicidad como estado perenne de la experiencia humana realmente es posible. Puedo dar fe de no haber atestiguado nunca tal estado, pero eso no es evidencia de inexistencia. Para D&G, talvez las personas felices terminen siendo los mismos esquizofrénicos del anti-edipo en su paseo deseante.

La publicidad de la felicidad, La Mercancía, es una mera promesa: la promesa de postergar la satisfacción hasta que hallemos por fin la felicidad en el futuro. Se supone quizás que debe tranquilizarnos que aunque ahorita no somos felices, podríamos serlo en el futuro, después, claro, de que compremos esa mercancía que nos ofrecen en la telepantalla con su chicharra entusiasta sonando la musiquita idiota diseñada cuidadosamente por neuromarketers para influir en nuestra conducta.

Aparte de ser un fetichismo, la felicidad viene a ser una promesa de sí misma, una deuda que el futuro le debe al presente, una carencia virtual en medio de la abundancia actual que nos ha de configurar para participar en el capitalismo con la esperanza de saldar esa deuda después; para trabajar, para scrollear el feed infinito del facebook, para darle play al video, y que ojalá después venga la felicidad perenne a nuestra experiencia, o aunque sea a nuestra narrativa, como foto en nuestro feed en instagram o como tweet optimista. O si estamos experimentando un momento feliz, es necesario grabarlo para acceder en un futuro a esa felicidad pasada. Ya que al fin nos está saldando la deuda, la promesa de la felicidad, hay que ahorrarla, para las carencias futuras.

No podré demostrar que la felicidad no existe, pero sí puedo identificar que la felicidad, detrás de su túnica fantasmática, para la mayoría de personas, en especial las no privilegiadas, es deuda. Primero es deuda de sí misma, la promesa de gratificación a futuro. Luego es ahorro, se le debe almacenar para posterior acceso, debe saldar las deudas de felicidad que seguirán surgiendo. Es precisamente la carencia de ese no-sé-qué, ya sea a futuro o en el presente.

La felicidad es el interés consciente. Pero por debajo de ese propulsor individual del capitalismo hay deseo inconsciente a nivel social que codifica cosas mucho más complejas y más absurdas. La búsqueda de la felicidad justifica que tomemos trabajos de mierda (alienación), justifica que dañemos a otras personas, que volteemos la cara a la marginación y la destrucción o en general justifica que luchen las personas por su servidumbre como si se tratara de su salvación, como dijo Spinoza.

Tampoco niego el montón de emociones positivas que podemos experimentar todo el tiempo, en especial cuando logramos cierta madurez. Pero definitivamente "la felicidad", como La Mercancía del capitalismo, no encaja con esa complejidad dinámica de las emociones humanas que ya llevamos dentro y no es unilateral ni es mercantil.

Sigo leyendo a Deleuze y Guattari en su Anti-Edipo, y estas son las ideas que he juntado hoy.

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